sábado, 10 de mayo de 2008

La Cerradura: Un mundo sin fin

El placer de la lectura reside en el hecho de que un buen libro permite a su lector abstraerse de todo lo que le rodea de una manera casi excepcional. El tiempo y el espacio casi dejan de existir, en beneficio de la historia paralela que se recrea en la narración. Son momentos de intimidad en los que uno se sumerge junto a los personajes de la obra y vive los acontecimientos que les suceden con una empatía sorprendente, recreando de manera mental la ficción descrita por el autor con simples palabras.

Éstas han sido exactamente las sensaciones que he vuelto a experimentar leyendo la obra de Ken Follet Un mundo sin fin. Esperada continuación de Los pilares de la Tierra, novela que en algo menos de veinte años ha vendido más de catorce millones de copias en todo el mundo, la obra nos ofrece los mismos ingredientes que llevaron al éxito a su antecesora. Son más de un millar de páginas dominadas por una estructura argumental que consigue mantener la expectación y el ritmo a un alto nivel hasta el último instante, lo que es de agradecer en un tochaco como éste.

Kingsbridge, 1327. Han pasado 153 años desde el final de los acontecimientos narrados en Los pilares de la Tierra, pero las cosas no han cambiado demasiado en el priorato, ya que sigue siendo una época dominada por las más bajas pulsiones del ser humano: violencia, ambición, egoísmo, venganza... Un entorno muy duro en el que crecen los cuatro niños protagonistas de la obra, Gwenda, la hija de un vulgar ladronzuelo; Caris, un niña cuyo fin en la vida es ser doctora; y Merthin y Ralph, dos hermanos muy diferentes pertenecientes a una familia señorial venida a menos.

Los cuatro serán testigos en el bosque de un acontecimiento que les marcará el resto de sus días, pues verán cómo un caballero del rey es perseguido y atacado por dos soldados. Sin embargo, merced a la ayuda de los niños, el caballero consigue salvar la vida, y con ella, una carta de vital importancia para el futuro de la corona inglesa. Junto a la complicidad de Merthin, el hombre esconderá el documento en el bosque y optará por convertirse en monje el resto de su vida, en lo que será la mejor manera de mantener el secreto a salvaguarda de intrigas.

Sin embargo, este hecho marcará el futuro de los cuatro jóvenes protagonistas, quienes a partir de ese momento seguirán caminos muy diversos que se irán entrecruzando a lo largo de toda la obra. Unas historias dominadas por las luchas de poder que se van sucediendo en Kingsbridge y en sus alrededores, y narradas con la habitual maestría e interés que le proporciona el autor galés.

La realidad es que la novela no consigue alcanzar el nivel y la intensidad de su predecesora, aunque se puede afirmar que es una dignísima continuación de la misma. Al leerla me he sentido igual de atrapado que cuando hice lo propio con los Pilares de la Tierra, pero no con la misma fuerza. Será cosa de la ausencia de novedad, porque evidentemente que esta secuela no tiene la frescura que el libro que da inicio a la saga. Lo que no es óbice para afirmar que nos encontramos ante una de las mejores novelas de los últimos años.

¿La razón? Pues una recreación histórica estupenda, que no se para en los detalles nimios y de poco interés para el lector poco avezado en esas lides; unos personajes con una personalidad bien definida y con mucha fuerza, capaces causar empatía; y una línea argumental bien cuidada plagada de acontecimientos y altibajos dramáticos que consiguen mantener el interés en todo momento. Y es que Un mundo sin fin es una recreación realista de la vida en el siglo XIV, con lo que eso supone. Es una historia sobre el ser humano y sus anhelos y deseos, sobre su lucha constante por lograr sus objetivos, por lograr sus sueños. Es, en definitiva, un buen libro.

PUNTUACIÓN: 9 / 10

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