viernes, 23 de mayo de 2008

El efecto reminiscencia

El tiempo, ese sorprendente e inapelable compañero de viaje que todos querríamos manejar a nuestro antojo, y que, sin embargo, escapa a nuestras capacidades de control. Un aspecto que a lo largo de la historia se ha convertido en materia de preocupación de ese imaginario colectivo que tan bien queda representado en numerosas ocasiones por el mundo del cine. Porque, ¿a quién no le gustaría covertirse en Hiro Nakamura para poder detenerlo y viajar a través de él para poder hacer un mundo mejor? ¿O a quién no le gustaría viajar al pasado para vivir y desvelar los secretos de los acontecimientos más importantes de la historia?

Sin duda, un concepto muy complejo que es imposible de analizar y estudiar en profundidad de un solo vistazo, por lo que merece nuestra atención presente y futura a lo largo de sucesivos capítulos. Para empezar, podemos distinguir entre dos tiempos diferentes, el real y subjetivo. El primero es aquél relacionado con la física, es decir, el objetivo que debería ser igual para todos. Digo debería porque a efectos prácticos no es así, y es aquí donde entra la segunda clasificación de tiempo: el subjetivo. Vamos, aquella percepción que cada uno de nosotros tenemos de ese tiempo objetivo y que viene dado por variables tan diversas como el aprendizaje, las habilidades cognitivas y el ambiente físico y social.

Esto quiere decir que cada uno de nosotros medimos el tiempo según unos parámetros individuales y propios que vienen marcados por nuestro entorno. Algo que es muy fácil de experimentar, ya que es habitual que en los momentos de mayor disfrute el tiempo se nos escape casi entre los dedos, mientras que en los peores instantes sea cuando éste se estira hasta convertirse prácticamente en eterno. Una experiencia que se debe a que el tiempo no se mide en nuestro cerebro por segundos, sino por los impulsos elétricos que rigen nuestra percepción. Por eso este fenómeno no es sólo cuestión de física, sino también de biología.

Dentro de este reloj interno se hace importante remarcar las tres sensaciones distintas que se pueden vivir en relación al tiempo:

  • La duración prolongada: Propio de situaciones que no nos son habituales ni rutinarias, más característico de momentos de gran tensión y atención.

  • La sincronía con el tiempo real: La más común, se mide el tiempo en consonancia al real u objetivo.

  • El tiempo comprimido: Sensación de que éste pasa de manera más rápido a lo habitual, estando relacionado con las labores automáticas que realizamos o aquellas que no exigen nuestra atención. El caso extremo de esta situación se vive cuando nos encontramos en un estado de inconsciencia, como cuando dormimos.

En este punto es donde encontramos lo que muchos científicos han decidido llamar como el efecto reminiscencia. Un recurso de nuestro cerebro para concentrar los recuerdos en períodos concretos de nuestra vida y que se empieza a manifestar a partir de los cincuenta años de edad. Es en este momento cuando en nuestra memoria se acumulan y rememoran aquellos instantes vividos cuando teníamos en torno a los veinte años, en la época inicial de nuestra vida adulta. Exactamente el periodo caracterizado por las primeras experiencias, donde las sensaciones se vuelven más intensas que en sucesivas ocasiones: es, en definitiva, cuando se configura nuestra forma de ser y lo que vamos a ser el resto de nuestros días.

De esto se deriva esa sensación de que la vida se acelera según se van cumpliendo años, de que el tiempo cada vez pasa más rápido. Lo que se debe, según palabras de Douwe Draaisma, catedrático de Historia de la Psicología en la Universidad de Groningen, a que "juzgamos el tiempo según el número de recuerdos que tenemos y su intensidad". Es decir, cuanto más recuerdos iguales tenemos, más deprisa pasa el tiempo, porque nos instalamos en esa rutina que tan poco nos aporta.

Por eso, quizás el secreto de la eterna juventud resida en llenar nuestros días de nuevas experiencias y sensaciones que permitan a nuestro cerebro paladear los contecimientos que estamos viviendo. Viajar, variar las aficiones, aprender nuevas cosas... son algunas de las recomendaciones para aprovechar al máximo los días de nuestra vida y convertirla en algo mas que una mera y simple rápida rutina.

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