sábado, 8 de marzo de 2008

Y los políticos se convirtieron en estrellas del pop

Lo admito, no lo pude evitar. Una media sonrisa se esbozó en mi cara cuando lo vi. Y la verdad es que tenía motivos, porque la política está llegando a unos extremos insospechados. Cada día nos sorprende más, será cosa de que estamos en pleno siglo XXI y es lo que se lleva. Nuevas tecnologías, espectáculo, colorido, fiesta, actos frente a las grandes masas... Todo por conseguir el apoyo de los votantes y evitar aburrirles con los aspectos más áridos de la economía, la educación, los pactos bilaterales o las sesiones en el Congreso.

Sí. Hablo del fastuoso espectáculo y baño de masas que se dieron el pasado día 2 de marzo Vladimir Putin y su delfín Medvedev. Frente a miles de sus votantes, los líderes locales salieron a un escenario más propio de las estrellas del pop que de los políticos. Con vaqueros y cazadoras, ambos le hablaron a su pueblo merced a unos micrófonos con los que parecía que más bien se iban a poner a entonar unas notas. Y detrás de ellos, tres gigantescas pantallas proyectaban la imagen de lo que parecía el logo del partido (Rusia Unida); escena que se completaba con la presencia de un grupo de música, con instrumentos y todo. Rusia, quién te ha visto y quién te ve...

La antigua cuna del comunismo es a día de hoy un país que se ha transformado a marchas forzadas por las vías del capitalismo. Su gran extensión y amplia población, junto a sus peculiares características climatológicas lo han hecho a lo largo de la historia en una nación difícil de gobernar, pero que con Putin ha sabido encontrar una engañosa estabilidad. Convertido en el máximo referente para un país que lleva dos décadas buscando reconstruir su propia identidad, Putin se ha rodeado del ejército y de las bandas mafiosas criminales, lo que le ha permitido mantener el control de Rusia.

Baderitas por aquí, fotografías por allá, aplausos de un público enfervorizado... Los rusos se concentraron masivamente para celebrar la victoria de Medveded con un sorprendente 70,28% de los votos totales. Vamos, unos comicios sin historia. Putin le había dado todo su apoyo antes de las elecciones, algo más que suficiente para un país donde los periodistas críticos con el poder aparecen muertos de manera misteriosa o donde los secuestros organizados por las bandas terroristas se solucionan a disparo limpio, sin importar las víctimas inocentes que ello comporte.

El resultado es que nos queda Putin para rato, porque aunque se vea obligado a dejar la presidencia, el judoka de San Petersburgo continuará manejando los hilos del país desde la cómoda posición de Primer Ministro. Con él la paranoia de la Guerra Fría continuará flotando en el aire, lo que provocará que la mayoría de los rusos sigan agachando la cabeza y acepten sin rechistar la política impuesta por su líder. Es lo que tiene cambiar en veinte años el comunismo por el capitalismo sin querer saber lo que significa la democracia.

Sin embargo, el caso de Putin no es el único de ego desmesurado dentro del panorama internacional. En Francia tenemos a Nicolas Sarkozy, un individuo que desde que llegó al Eliseo ha acabado por convertirse en más protagonista por sus apariciones en la prensa del papel couché que por sus decisiones políticas. Este último verano se empezó a hablar de él por unas fotos suyas de vacaciones en las que supuestamente se le había eliminado un michelín (sí, jocoso, pero verídico). Luego llegó su separación y su posterior affaire y boda con la ex modelo y cantante Carla Bruni; todo ello aderezado por unas supuestas informaciones sobre cuernos a tres bandas.

La última salida de tono del mandatario francés es su hipócrita "gilipollas" que blandió a un ciudadano que se había negado a darle la mano. Digo hipócrita porque Sarkozy escupió el insulto de su boca mientras no dejaba de sonreír y saludar a la masa que se había congregado para verle en el Salón de Agricultura francés. Porque en esto de los políticos metidos a estrellas de pop, la imagen hay que conservarla, aunque luego tu verdadera personalidad te traicione...

Acabo con el tercer político estrella, si bien en este caso, podría decir también estrellado. Se trata de George Bush. Sería capaz de enumerar un largo listado de escenas y momentos en los que el presidente norteamericano ha llegado a dar vergüenza ajena, pero me quedo con la más reciente. El pasado día 5 de marzo, no se le ocurrió otra cosa que marcarse unos pasecitos de baile frente a la puerta de la Casa Blanca mientras esperaba a John McCain para reunirse con él. Un acto que, además de patético, es reincidente, porque el mandatario yankee ya se había marcado un bailoteo en una visita a África hace unos meses. Pues sí, mira quién baila...


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