viernes, 21 de marzo de 2008

La Cerradura: No es país para viejos

Sorprendente e intensa. Así se podría definir la última obra de los hermanos Joel y Ethan Coen, No es un país para viejos. Una historia que discurre a principios de los años 80 y que desprende aroma de western durante todo su metraje, si bien el tema central es más propio del cine negro: el ansia de poder y sus funestas consecuencias. Dos horas de tensión y violencia que no dejan indiferente al espectador y que además, aportan un mensaje de tintes filosóficos que le da una mayor profundidad a la cinta.

Llewellyn Moss (Josh Brolin), un cazador aficionado, descubre un día en pleno desierto los restos de una refriega de narcotraficantes. Entre los cadáveres se encuentra un maletín en el que hay dos millones de dólares, ante lo que decide cogerlo y llevárselo a casa. Sin embargo, unos errores en su planificación le llevarán a ser descubierto por Anton Chigurn (Javier Bardem), un despiadado asesino que no tarda en tomarse el asunto como algo personal. A ellos pronto se unirán el sheriff Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones) y el cazarrecompesas interpretado por Woody Harrelson, conformando una historia a cuatro bandas que en ocasiones llega a dispersarse.

Digo esto porque los papeles que desarrollan tanto Jones como Harrelson aportan únicamente profundidad al filme. El primero es un sheriff (estupendamente interpretado, como suele suceder en el caso del actor tejano) que en todo momento muestra su impotencia ante la evidente superioridad física y moral de Chigurn. Su misión en la película, queda, pues, para representar la inutilidad de la ley en ciertas ocasiones y para dar un toque moral a la cinta, lo que la enlentece hasta hacerla perder el buen ritmo marcado por Bardem y Brolin.

En cuanto a Harrelson, su personaje aparece en apenas cuatro escenas y cuando lo hace, es de una manera casi anecdótica. Porque a pesar de su interés por oponer resistencia al antagonista (colaborando en la tarea con Moss), la realidad es que su figura acaba por convertirse en un triste muñeco en manos de Chigurn. Sinceramente, creo que no hubiera estado mal su eliminación en el guión, porque el cazarrecompensas aporta realmente poco al discurrir de los hechos.

Sobre Brolin y su personaje simplemente destacar su correcta interpretación. Su final está cantado desde prácticamente el inicio, como buena lección de la frase hecha que dice que la avaricia rompe el saco. Por eso, por momentos llega a parecer algo patética su lucha contra Chigurn, ya que por mucho que sea un veterano de guerra y crea en sí mismo, la realidad es que en ningún momento consigue llevar la iniciativa en la película. Su inteligencia sólo le servirá para retrasar ligeramente su destino, el cual será representado con sorprendente indiferencia en el metraje.

Y llegamos a Chigurn, el psicópata espléndidamente interpretado por Javier Bardem. Se trata de un personaje frío y despiadado, incapaz de sentir empatía ni compasión por las personas que le rodean; lo que, sin embargo, no significa que no carezca de principios. Aunque eso sí, unos principios donde la vida humana tiene un valor muy bajo en comparación con el dinero. Porque para Chigurn ésta se puede decidir en el decantar de una moneda, en el simple azar; un azar que al mismo tiempo se convertirá en lo único capaz de ponerle en dificultades.

Es por ello que el personaje del actor español acaba por dar una sensación de omnipotencia. Su magnífica interpretación le otorga ese contraste de impenetrabilidad y de complejidad intelectual y moral que tanto gustan en las historias de psicópatas, un aspecto que ya se encargó de traer Hannibal Lecter al mundo del cine. Y por otro lado, como detalle curioso y distintivo, destacar su peculiar manera de "trabajar", con una bomba de oxígeno como única herramienta.

El resultado de todo ello es una de las mejores películas de los últimos años, caracterizada por un ritmo por momentos frenético (y en otros, todo hay que decirlo, hastiosamente lentos) y por unas interpretaciones destacables. Y aunque el filme cuenta con algunas taras reseñables, como la inutilidad del personaje de Harrelson o el escaso provecho que se le saca al de Jones; la realidad es que mientras se mantiene el duelo entre Brolin y Bardem la historia alcanza altas cotas, por muy desigualado que el envite resulte estar. Una vez que éste acaba, el filme cae casi en picado hasta convertirse en una narración de tintes morales y filosóficos, lo que a algunos les puede dejar un regusto amargo.

Pero eso sí, sea cual sea la sensación que deje en el espectador, la película pide a gritos un segundo visionado. Cosas del cine.

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