miércoles, 26 de diciembre de 2007

Cuando la diferencia se llama Íker Casillas

A lo largo de la historia del fútbol, la demarcación del portero ha sido devaluada y minusvalorada por la mayoría de los aficionados y entendidos. Y es que el trabajo que le toca hacer a los cancerberos es el más oscuro de todos, aquél en el que deben evitar los tantos de sus rivales y conseguir que los gritos de los aficionados se ahoguen antes de ni siquiera nacer en sus gargantas. Se convierten en algo así como los antagonistas, los aguafiestas del mundo del balompié, en los verdaderos rivales a batir del equipo contrario.

De esta manera, lo habitual es pensar que cuando un portero hace un buen partido, simplemente ha cumplido con su trabajo. Digamos que la sensación generalizada es que no suman para sus equipos, que simplemente evitan los males. La gloria queda para los delanteros y los centrocampistas, los que aparentemente son las verdaderas estrellas de sus equipos y los capaces de conducirlos a la gloria. Porque el fútbol son los goles, y los cancerberos no los marcan. Los evitan.

Desde esta perspectiva, resulta complicado encontrar un jugador en el fútbol mundial que siendo portero, haya recibido el reconocimiento internacional por sus actuaciones. Y no hablo ya de premios, aspecto acotado a los magos del balón; sino a las portadas de la prensa, a los minutos en los telediarios y a las conversaciones en los bares durante las mañanas de lunes. A bote pronto, y centrándonos en la última década, tan sólo me surgen un puñado de nombres de arqueros de relevancia planetaria: Kahn, Buffon, Cech y Casillas.

...y Casillas. Hoy en día, y para mi gusto, el mejor portero del mundo. Con tan sólo 26 años, el jugador de Móstoles ha sido capaz de acaparar un palmarés envidiable y de liderar a un Real Madrid que ha pasado una de las peores rachas de su trayectoria. Tres años sin ganar un trofeo es mucho tiempo para el club que presume de ser el mejor de la historia, pero la realidad es que las cosas hubieran podido ser mucho peores de no contar con un portero de la talla de Casillas. Éste ha sido uno de los pocos jugadores que ha conseguido mantener la regularidad durante todo este tiempo, convirtiéndose en el salvador del equipo partido tras partido.

Evidentemente, yo no he tenido la oportunidad de ver jugar a Zamora, a la araña negra Yashin o a Dino Zoff, pero sí he podido disfrutar de otros como Jorge Campos, Schmeichel o Van der Saar. Sin embargo, ninguno me ha dado nunca tal sensación de seguridad como Paco Buyo, portero del Real Madrid en la década de los 90. Se trataba de un jugador dado al espectáculo e incluso a la teatralidad, pero que era capaz de realizar cualquier pirueta para salvar hasta los balones más complicados. Era lo que tradicionalmente se llama un gato. Pues bien, ahora, casi quince años después, el Madrid vuelve a tener un arquero espectacular bajo sus palos. Pero esta vez éste no se caracteriza por su vistosidad, sino por su sencillez y eficacia.

Íker Casillas es un portero con el don de los reflejos. Tiene una capacidad sobrehumana para reaccionar en décimas de segundo a los balones que le llegan, y lo hace además con una facilidad impresionante. De hecho, el madrileño no destaca por otros detalles como sus salidas, su agilidad o colocación. Simplemente, se puede decir que se encuentra con la pelota, ya que su cuerpo reacciona siempre en el momento y direcciones precisas para hacerse con el esférico. Y además, tiene estrella.

Digo esto porque durante todos estos años se ha podido comprobar que es un jugador tocado por la suerte. Sólo a él le puede suceder lo que le pasó en la final de la novena Copa de Europa del Madrid en el 2002 en Glasgow, cuando tras estar más de media temporada como suplente, se lesiónó César, el portero titular del equipo. El Real ganaba 2-1, quedaba media hora de partido y estaba sufriendo mucho ante las acometidas de su rival, el Bayer Leverkusen. Así pues, la lesión llegaba en el peor momento, ya que Casillas tenía que salir en frío, en uno de los partidos más importantes de su vida y con tan sólo 21 años. Sus tres posteriores y antológicas paradas son ya historia.

Otro aspecto que juega a su favor es su edad. Lleva ya nueve años en la élite, pero condiciones normales, le deberían quedar otros diez como mínimo. Y si tenemos en cuenta que la madurez de los porteros no llega hasta los 30 años aproximadamente, pues aún tiene mucho camino por recorrer. A mejorar en este tiempo le quedan aspectos como las salidas, la colocación de su defensa y el juego con los pies. Pero sin duda, minucias para un auténtico genio en el juego debajo de los palos y en el uno contra uno frente a los delanteros.

Íker Casillas. Algunos ya lo catalogan como un santo, otros simplemente dicen que es la verdadera estrella del Real Madrid. Pero se diga lo que se diga, no se le puede perder ojo a este portero, porque a buen seguro dentro de unas décadas tendrá su nombre reservado entre las verdaderas leyendas de este deporte.

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