viernes, 16 de noviembre de 2007

La cerradura: Un viaje por la Europa invertida

Tan cercanos y tan distintos... Se suele decir que lo de vivir en unas islas alejadas del resto del continente es algo que marca, que crea un sentimiento de aislamiento que lleva a la gente a considerarse diferente al resto. Esto es algo que ocurre con el pueblo británico, empeñado a lo largo de la historia en hacer la guerra por su cuenta (en ocasiones en el verdadero sentido de la palabra) y en seguir unas costumbres prácticamente opuestas a las de sus vecinos europeos.

Hoy en día Londres es una ciudad cosmopolita y peculiar. De gran inmensidad territorial y poblacional, la capital británica es todo un espectáculo para los turistas menos experimentados, como es mi caso. Al llegar a ella, lo primero que choca es la mezcla de tradición y modernidad en una ciudad de pleno siglo XXI: los modelos clásicos de taxis se entremezclan en las calles con coches de lujo sólo al alcance de billeteras repletas. Por otro lado,el estilo arquitectónico, como no podía ser de otra manera, es el victoriano, que tanto atractivo le da a una ciudad única como esta: casas bajas y de gran elegancia.

Diferencias que se quedan en aguas de borrajas ante aspectos como la circulación vial. Esto es algo que ya me imaginaba antes de viajar allí, pero me ha sorprendido el detalle de lo caótico que puede suponerle el tráfico por la izquierda para alguien acostumbrado a una ciudad estructurada al revés. Y es que no he tenido un percance vial por puro milagro: hay cruces habilitados entre calles en los lugares más insospechados (incluso en diagonal) y los semáforos duran abiertos para los pedestrians menos tiempo que lo que se tarda en cruzar la calle. Ahh, y otro detalle: En los pasos de cebra se indica para dónde debe mirar el viandante al atravesarlo, será que son conscientes de lo raros que son y de que nunca viene mal avisar de su condición.

Por otro lado, reseñar el comportamiento de los "paisanos" londinenses. Como suponía, muy educados todos, siempre con sus sorry y sus thanks en la boca; pero a la hora de la verdad, muy individualistas. ¿Que en qué lo he apreciado? Pues en pequeños detalles, como que al caminar por la calle no se apartan si van a chocar contigo o como que les cuesta socializar con gente que les es desconocida. De hecho, si se les pide que te indiquen dónde está un lugar, probablemente te digan que no lo saben y sigan caminando. Igualito, vamos, que los españoles, capaces muchos de decirte que cojas la primera calle a la derecha y sigas todo de frente; cuando en realidad no saben ni ellos dónde te están mandando.

Individualistas respetuosos, los definiría. Respetuosos porque como he dicho antes, la educación inglesa siempre está presente, aunque en realidad estén pasando olímpicamente de tí. O porque son capaces de mantener los mullidos asientos que tienen en el metro (que viajo ahí y parece que estoy en el sofá de mi casa) en un estado de conservación sorprendente. Vamos, díle tú a un criajo español de 15 años que resista la tentación de no destrozar un asiento público: Mission Impossible.

Esto tambíén se aprecia en lo limpias que suelen estar las calles, donde, quizás por miedo a las bombas, quizás por innecesarias, se hace muy difícil encontrar basuras y papeleras. Pues bien, este hecho, lejos de incrementar la guarrería tirada por el suelo, lo mantiene en un nivel aceptable de higiene, sólo estropeado por los habituales chicles pegados desde la época del Paleolítico Superior. A ello hay que añadirle la inexistencia de defecaciones caninas, algo muy de agredecer por alguien acostumbrado a realizar una ginkana para evitarlas cada vez que sale de casa. Eso sí, me asalta la duda de si este último detalle es por verdera limpieza o por ausencia de perros, unos animales que deben estar en extinción en Londres.

Un hecho revelador

Dublín, un lunes cualquiera de noviembre, en un McDonald´s cualquiera. Ceno junto a mis amigos y compañeros de viaje en una de las mesas, situada junto a un par de individuos (probablemente nativos) que hacen lo propio. De pronto, nuestra castellana conversación se ve sacudida por una ventosidad de duración exagerada y altos decibelios, que no debía ser fruto del error humano. "Bueno", decimos, "qué asco, pero lo mismo se le ha escapado", así que seguimos cenando tranquilamente. Pero poco después, el poco respetable sonido se vuelve a escuchar, esta vez acompañado de una sonrisita cómplice del amigo infractor, lo que nos lleva a sospechar que el suceso no ha sido cosa del azar.

La verdad es que no se si esta anécdota será algo habitual en estas regiones, pero algo me lleva a pensar que puede que no sea infrecuente. A mí Dublín me ha parecido una ciudad que carece de la elegancia londinense y de su belleza, habitada por una gente de maneras más bastas y bruscas. Descripción que se compensa con el hecho de que quizás los irlandeses son más acogedores que sus vecinos británicos y mucho más amigables con el turista extranjero, sobre todo si hay unas Guinness de por medio.

También se suele hablar de lo violentos que pueden llegar a ser británicos e irlandeses. En este punto, sólo he podido apreciar un episodio catalogable como tal, durante mi última noche en la capital irlandesa. En él, un leprechaun local (por su tamaño de bolsillo) excedido en copas mantenía una discusión a voz en grito con un par de dependientes asiáticos de una tienda. La realidad es que el personaje, azuzado por las copas, tenía cierto valor porque los vendedores tenían contratado a un segurata de raza negra y cerca de los dos metros que no dejaba de pedir al individuo que se relajara. Cuando nos fuimos de la tienda, el little irish seguía con su cantinela, así que no se cómo acabaría la cosa para sus intereses.

Sin embargo, a pesar de la sensación de frialdad y aburrimiento que me dejó Dublín, he de decir que la noche que pasamos en el Temple Bar superó para mis amigos y para mí todas las expectativas. Y es que no tiene precio vivir una noche así en un bar irlandés, con música* en directo, con sus Guinness (aunque en esto no hablo por mí xD) y con un "plasta" irlandés con varias copas encima como compañero de mesa. Vaya noche la de aquél día.

*Os recomiendo encarecidamente que si os gusta la música irlandesa, le echeis un vistazo a esta músico y su banda Sharon Hussey, porque ellos fueron parte importante de aquella noche mágica.

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