miércoles, 23 de mayo de 2012

La inútil búsqueda de la patente del fútbol


Siempre he pensado que parte de la grandeza del fútbol reside en que en este deporte no ganan todas las veces los mejores equipos. En él hay lugar para las sorpresas, para las machadas, para hitos de conjuntos modestos y humildes que un día o una temporada pueden llegar a soñar con hacer algo grande. Como el Mirandés esta temporada, alcanzando las semifinales de la Copa del Rey. Y es que los caminos para conseguir el triunfo en este juego son infinitos, aunque en muchas ocasiones no todos son respetados.

El pasado sábado el Chelsea se proclamó campeón de Europa. Y lo hizo de una manera digamos que peculiar. Porque su fútbol fue rácano, heredado del italianismo de su técnico Roberto Di Matteo. El equipo londinense se aprovechó durante el tramo final del torneo de un evidente factor suerte, pues lo conseguido en las semifinales ante el Barcelona y en la final ante el Bayern solo se puede considerar como una encadenación de milagros. Apostó por defender en los tres partidos, encerrándose atrás y regalando el balón a su rival. Era la filosofía del trabajo, del esfuerzo y de aprovechar las pocas ocasiones que tuvieran.

Sujetados en sus dos mejores jugadores, Cech y Drogba, y en una musculosa plantilla con el don del sacrificio, el equipo ‘blue’ cumplió por fin el sueño de Abramovich, el de ganar una Liga de Campeones. Curiosamente cuando el Chelsea fue el menos Chelsea desde que llegó el ruso al club en el 2003. Justo en la temporada en que había apostado por el buen fútbol de Villas-Boas; para después prescindir del portugués y poner como relevo a su segundo, Di Matteo.

El italo-suizo hizo lo más inteligente: sacar provecho de los recursos que tenía. La plantilla no estaba construida para generar fútbol, para el talento. Solo Lampard, Mata y unos pocos más tienen magia en sus botas. En cambio, sí había muchos 'albañiles', jugadores fuertes físicamente preparados para no darle tregua al rival: Essien, Obi-Mikel, Malouda, Drogba, Ivanovic, Kalou… Di Matteo se dio cuenta de que ya era tarde para intentar tocar una partitura de piano con una trompeta. Si quería sacar provecho de la temporada, solo le quedaba apostar por el juego que más se amoldaba a las piezas que tenía.

Y bien que lo hizo. El Chelsea de Villas-Boas dejó paso al de Di Matteo, como el día da lugar a la noche. Y los ingleses ganaron la Copa inglesa. Y luego la Champions. Sí, jugando de manera poco vistosa. Pero levantando títulos, que es lo que verdaderamente importa. Algo que el sector crítico no parece entender, porque ha habido algunos aficionados a los que no les ha agradado que el Chelsea ganara la Champions encerrados en su área y tirando apenas una vez a la portería rival.

En los últimos años hemos podido disfrutar y padecer, a partes iguales, el fútbol del Barça. Digo padecer, sí, porque el buen juego culé ha sido como una invasión, como una campaña de marketing donde parecía que solo el llamado popularmente tiki-taka era la única manera de jugar dignamente a esto. Todo lo que no fuera tocar 30 veces el balón antes de pisar el área rival era una mala jugada, una mala práctica de este deporte. Para algunos, el juego del Madrid de Mourinho, vertical, vistoso y espectacular en ataque, se vuelve rácano y feo por el simple hecho de estar basado en ocasiones en el contragolpe o por no marear la perdiz. Toda una injusticia, un engaño.

A tanto llegó la situación hace poco que el propio Barcelona empezó a empacharse de este juego y abusó de él, sobando la pelota una y otra vez en todos los partidos sin casi mirar la portería rival. Y yo soy el primero que digo que me gusta ver el fútbol de toque, el juego combinativo y de movilidad, de desmarques, de técnica. Los partidos marcados por los futbolistas talentosos, por Xavi, Silva, Özil, Iniesta, etc. Pero también digo que ésta no es la única manera de jugar a esto. Que el fútbol no tiene patente, que hay infinitas posibilidades y que, al fin y al cabo, defender correctamente también es jugar bien a este deporte. Porque una cosa es fútbol vistoso y espectacular y otra el fútbol táctico bien ejecutado. Los dos forman parte de lo mismo y son igualmente dignas maneras de desarrollarlo.

Italia tiene cuatro mundiales y es el inventor y rey del ‘catenaccio’. Quizás su fútbol no pase a la historia como el más bello o el más preciosista, pero tiene su indudable valor. Levantar una Copa del Mundo como han hecho varias veces los transalpinos, o una Champions como el Chelsea no es nada fácil. Aunque la suerte haya jugado también un factor decisivo en estos títulos. Porque al azar también hay que buscarlo, cuidarlo. En definitiva, la raíz de todo está en saber competir. En darse cuenta de que en el fútbol no gana el que hace el juego más bonito, sino el que mejor sabe sacar partido de sus recursos. Y eso también merece un aplauso.

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