A día de hoy no puedo evitar tener un pequeño sentimiento de decepción. Todo parece indicar que José Mourinho terminará este mes su etapa al frente del Real Madrid.
Tres años del mejor entrenador del mundo en el mejor club del mundo. Y
el saldo va a ser aceptable, pero quizás escaso si se tiene en cuenta el
potencial que tenía esta sinergia. El portugués vino para traernos la
Champions de vuelta a casa y posiblemente se vaya sin haberlo hecho,
dejando los deberes a medias. Lo que, ni mucho menos, será poco.
En los últimos días el técnico se está esforzando en desmentir
lo que todo el mundo da por hecho: que tiene pensado irse al Chelsea de
Londres. Escuchando sus palabras y conociéndole un poco tampoco se
puede descartar que a última hora decida dar un giro a los
acontecimientos y se quede. A saber. Más que nada porque si el 30 de
junio coge la puerta y se va a Inglaterra, lo hará cerrando una etapa irregular en el Madrid en la que solo habrá triunfado a nivel nacional, con la asignatura pendiente de Europa.
Lo cierto es que han sido tres temporadas de lo más convulsas. Tanto
por el técnico, que así lo ha provocado, como por los medios, deseosos
de hacerle la vida imposible porque se toparon con un portugués
sarcástico y protestón. Pero, más allá de eso, también ha sido una época feliz, de esperanza.
El madridismo se ha vuelto a reencontrar con su equipo y ha visto cómo
el Real se ha vuelto a hacer competitivo después de más de un lustro
haciendo prácticamente el ridículo en la Liga de Campeones.
Porque Mourinho ha sido el hombre que le ha devuelto la
personalidad al Real Madrid, que ha hecho que se mire al escudo del
pecho y se dé cuenta de su propia grandeza, la cual ya empezaba a
marchitarse. Ha vuelto a poner al club en el lugar de donde no
se debió ir. Tres semifinales de Champions demuestran que los blancos
han vuelto a pertenecer a la nobleza continental. Y es un trabajo que merece admiración y respeto, porque no era fácil coger al equipo en 2009 después de haber atravesado una de sus mayores crisis deportivas e institucionales de los últimos años.
Por lo tanto, a Mourinho hay que reconocerle todos sus méritos. Como
dijo el viernes pasado en rueda de prensa, la 'Liga de los récords' es
suya y así debe ser reconocida. Él también ha logrado derrocar al
Barcelona de Guardiola, pues ha igualado la balanza en los duelos
directos contra los culés y, si se va ahora, se podrá decir que lo hará
dejando al equipo blanco por encima de su eterno rival. Por
mucho que los barcelonistas vayan a ganar la Liga, pues sin quitarle
méritos, no cabe duda que es el título más descafeinado de los últimos
tiempos. No han tenido rival y así ha sido porque el Madrid se ha 'borrado' desde el principio.
Sin embargo, más allá de todo ello, mi poso de decepción
viene dado por la incapacidad del equipo de llegar más lejos en Europa y
de estar a la altura en Liga y Champions en esta temporada.
Quizás la trayectoria del portugués se salde con un recorrido capicúa,
ganando la Copa al igual que se hizo en su primer año. Una Liga, ¿dos?
Copas y una Supercopa. Suficiente para el aprobado. Pero no para mucho más.
No cabe duda que su manejo del vestuario ha dejado que desear, quizás
también por los envenenamientos que venían desde la prensa. El
entorno le ha hecho la vida casi imposible y eso ha sido un elemento muy
importante a la hora de quedarse a medias en algunos de los objetivos.
A día de hoy aún guardo una mínima esperanza de que Mourinho recapacite y decida seguir. Más que nada porque estoy seguro de que si mira atrás, se dará cuenta de que no haber ganado aquí la 'Décima' será un pequeño borrón en su currículum.
Se podrá ir con la cabeza alta y satisfecho en cierta medida, no cabe
duda, pero lo hará sin un broche de oro para su etapa en el proyecto más
ambicioso que ha tenido a su cargo. Él, que sacó de las sombras al
Inter de Milán y le llevó a reinar en Europa, se irá de Madrid sin hacer
lo propio. Será como una pequeña 'espinita clavada', tanto para para
Mourinho como para la afición. Una tarea pendiente, en definitiva. Por eso, tampoco se puede descartar que cuando se vaya lo haga dejando la puerta abierta.
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