En este punto
me resuta inevitable no recordar lo ocurrido en la temporada 2003/04. No
porque crea que la cosa pueda acabar igual que entonces, que espero que
no. De hecho, hay tiempo de sobra para corregir los errores que se
están cometiendo. Sin embargo, hay algo de este nuevo Madrid que me remite al equipo que tras ganar la Champions en 2002 intentó seguir embelleciéndose hasta convertirse en un conjunto 'barroco' y sobrecargado de estrellas.
En el
fútbol, como en la vida, los excesos no son buenos. Uno de sus puntos
fuertes es que no se trata de una ciencia exacta, pues no está regido
por matemáticas. Fichar a once estrellas no asegura el éxito si el
entrenador no es capaz de que funcionen como un equipo. Y el Real Madrid de Queiroz
fue un buen ejemplo de ello. Cuesta imaginar una plantilla con mejores
jugadores que aquella, al menos en lo que refiere al once inicial. Por
algo el club se ganó por entonces el apodo de 'galáctico'. No en vano,
todo empezó de forma espectacular, con el equipo arrasando en todas las
competiciones. Pero las opciones de lograr los títulos se fueron al
traste en unos meses que ya forman parte de la historia negra del club.
Entonces el equipo cometió el error de pensar que con simplemente los nombres se
podía ganar todo. La idea era poner a once muy buenos en el campo, sin
importar si había equilibrio o no. Se podría decir que se intentó rizar
el rizo utilizando como base el equipo que ganó la Novena en Glasgow,
un conjunto quizás con menos calidad que el de 2004, pero bastante
menos compensado. Y aquí es a donde me gustaría llegar. Noto cierta
similitud con lo que vivimos estos días en que la eterna ambición
devoradora del Real Madrid ha obligado al club a dar algo más a sus aficionados justo cuando menos hacían falta nuevos incentivos, tras la conquista de la Décima.
El pasado mes de mayo se ganó la Champions, sí. Pero
resulta que este año vuelve a ser casi una obligación repetir el éxito.
No en vano, es algo que nadie ha hecho desde que existe este formato de
competición y esto es algo en lo que el Real Madrid
también quiere ser pionero. Para ello se han hecho cuatro retoques en la
plantilla, algunos de ellos obligados por las bajas obligadas de Xabi Alonso o Di María.
Sin embargo, en lugar de buscar las opciones que mejor encajaban en las
necesidades del equipo se ha dado prioridad a los nombres de moda. Y es
que este 2014 ha sido año de Mundial, por lo que la directiva ha
querido cuadrar el círculo con tres de los grandes cracks de la cita
brasileña: Keylor, Kroos y James.
De ellos la presencia de Kroos y James
está siendo prácticamente innegociable en el once en estas primeras
semanas. Tanto por su calidad por lo que costaron. Sin embargo, cabe
preguntarse si realmente encajan en el molde táctico que tenía el equipo
hasta entonces. Porque ni el alemán es Xabi Alonso ni el colombiano es Di María.
Ambos dan un salto de calidad en ataque al equipo, pero a cambio de
menos trabajo atrás y de menos esfuerzo sin el balón. En estos momentos
el Real Madrid juega sin mediocentro defensivo por la
premisa de que a todos los buenos hay que ponerlos en el campo,
olvidando que no siempre los once mejores hacen el mejor equipo posible.
No dudo que este Madrid necesite tiempo para ensamblarse, pero sí me genera dudas que con el once visto en el derbi ante el Atlético de Madrid se pueda llegar a un equilibrio similar al de la pasada temporada. Para mi gusto la participación de Illarra o Khedira
(cuando este esté) debería ser innegociable, por una simple cuestión de
compensación. Especialmente me sorprende el caso del vasco, quien fue
fichado para relevar a Xabi Alonso y ahora que no está el tolosarra tiene todavía menos minutos que la pasada temporada. Quizás la clave está en que Illarra no es una estrella. Como Makelele
en su momento, a quien el club dejó ir por considerarlo prescindible.
Sin embargo, ese fue el primer error de los que provocaron que el Madrid
de Queiroz se estrellara hace diez años. Aunque al menos ahora tenemos el consuelo de que tanto Illarra y Khedira
siguen en la plantilla. Lo que significa aún hay tiempo de darse cuenta
de que los títulos realmente no se ganan por el 'peso' de las
estrellas, sino por el del esfuerzo.
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