Las malditas dudas. Tras tres años de tregua otra vez estamos igual
que siempre. O al menos, que en las últimas dos décadas. Porque desde
mediados del 90 el Real Madrid de baloncesto
no ha pasado más de un trienio sin tener deseos de autodestrucción, de
hacer 'borrón y cuenta nueva' para con la esperanza de que alguna vez
suene la 'flauta' y por fin llegue la novena Copa de Europa.
Laso llegó en 2011, por lo que el plazo se cumple este verano y parece
que la tradición no va a faltar a su cita. De hecho ya estamos
escuchando cómo hay voces que ponen en duda la continuidad del técnico
y, por ende, de un proyecto que no merece un abrupto y triste final.
Impaciencia. Es una palabra que a este club le ha hecho muchísimo daño en los últimos años, tanto en fútbol como en baloncesto. El Real Madrid es
la institución deportiva más importante del mundo y eso tiene el
precio. El de tener la exigencia permanentemente aferrada al cogote
obligando año tras año a ganar todo; a pesar de que el fútbol y el
baloncesto no son una ciencia exacta y no siempre gana el que tiene
mejor equipo o el que hace un juego más vistoso. El equipo de la canasta
lo ha podido comprobar este año, un curso en el que ha labrado el mejor
baloncesto FIBA de los últimos años a cambio de
desfondarse durante el tramo final de temporada. En esta ocasión la
realidad ha sido cruel y ha dejado claro que de nada sirve lucirse antes
de marzo si luego no se remata el trabajo a la hora de jugar las
finales.
Durante años he visto cómo esta sección merengue penaba sin un rumbo fijo. Han sido temporadas de dar palos de ciego y de fichar jugadores de medio pelo
sin ton ni son, en un ejercicio casi más de azar que de fe en las
propias posibilidades. Durante muchos años el club ha confiado poco en
su equipo de baloncesto y lo ha dejado arrinconado en un segundo plano,
con unos tristes réditos que saltan a la vista: 16 años sin jugar una Final Four, 18 años sin ganar una Copa del Rey y cuatro míseras ligas en los últimos 20 años. Un bagaje de equipo de segunda fila e impropio del mejor club europeo de todos los tiempos.
Tras regresar a la presidencia Florentino Pérez se dio cuenta de la papeleta y renovó ilusiones. Fichó al mejor entrenador posible, Messina.
Pero el italiano no encajó en el proyecto y duró meses. Se volvió a
empezar por enésima vez. Y el siguiente plan fue optar por un perfil más
bajo, el de un hombre joven y buen conocedor de la casa: Pablo Laso. La apuesta fue arriesgada, pero mereció la pena. Por una vez en mucho tiempo el Real Madrid
trabajó desde la paciencia, la humildad y apostó por el baloncesto de
ataque. Ya tocaba que todo volviese a ser como antes. La misión costó,
pero poco a poco la labor se fue imantando hasta traer todos los títulos
nacionales.
Una Liga ACB, dos Copas del Rey y dos Supercopas de España en tres años. Dos subcampeonatos de Europa y dos subcampeonatos de Euroliga. Así se resumen los tres años de Laso en el Real Madrid.
Luces y sombras, pero un denominador común: finales. La obligación de
este club por historia es competir siempre todos los títulos y estar
siempre peleando los trofeos a la hora de la verdad. Se podrán ganar
luego o no, pero este club necesitaba sentirse protagonista. Y Laso
ha hecho el trabajo más difícil, el de coger un equipo despedazado para
reconstruirlo, darle una identidad, un juego y ponerlo otra vez en el
panorama internacional. Porque por mucho que el Real Madrid tenga ocho Copas de Europa en sus vitrinas no se puede obviar que en 16 años nadie fue capaz de llevarle hasta una final de Euroliga.
Este año se han cometido errores. Empezando por unas rotaciones
desequilibradas que han sobrecargado de minutos a jugadores como Llull, Rudy o Sergio Rodríguez
en partidos intrascendentes. Y siguendo por hablar y pensar en los
árbitros a destiempo, como tras el primer partido de la última final.
Tocará aprender la lección. Pero también es cierto que este equipo ha
jugado como nadie en Europa en los últimos años. Ha
batido récords de victorias y ha enamorado en cada pista en la que ha
jugado. Eso ya es mucho, aunque los títulos no hayan venido detrás.
Porque el buen baloncesto genera ilusión por sí solo y generalmente es
un ingrediente básico de la receta del éxito. Si este año no ha sido así
es porque el juego ha ido de más a menos y se ha agotado demasiado
pronto. Un problema a estudiar, pero con presumible solución.
Sinceramente, estoy preocupado por la situación. Empiezo a percibir la misma sensación de inseguridad de antaño,
esa ansiedad constante por ganar a costa de cualquier cosa. De cambiar
por cambiar a la desesperada, de querer paliar una decepción con caras
nuevas a pesar de que el equipo ha recuperado su sitio entre los más
grandes. Algunos piensan que si se va Laso el entrenador que vendrá en su lugar hará uno o dos pequeños retoques. Lo dudo. Porque este Madrid lleva el sello de Laso, ha sido confeccionado por él. Y el que viniese ahora querría hacer lo propio para construir un conjunto a su medida.
Así pues, creo que con el cambio acabaría una etapa inolvidable. Y lo triste es que lo haría con la sensación de que el 'Laso Team' podía dar todavía más de sí y de que la Euroliga
estaba al caer más pronto que tarde por simple cuestión de madurez.
Ahora estamos inmersos en día se decisiones importantes, en los que
existe una corriente favorable a regresar a la vieja estrategia del
'borrón y cuenta nueva'. La misma táctica que durante años solo nos ha
traído desilusiones en cadena. Todo por simple impaciencia y por creer
que hasta los títulos se llega siempre en línea recta. La presión de
algunos para provocar el cambio va a ser muy fuerte en estas fechas,
pero el club todavía tiene en su mano decidir qué quiere hacer: apostar por la paciencia manteniendo lo mucho que se ha hecho bien y cambiando lo poco que se ha hecho mal, o volver a empezar de cero y declarar el estado de incertidumbre. Yo, desde luego, tengo muy claro lo que haría.
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