Cuando un
equipo empieza la temporada solo cuatro o cinco derrotas en más de
cuarenta que disputa, existe el riesgo de que la confianza y el
conformismo se instalen en la plantilla. En las últimas semanas percibo
con algo de preocupación que el Real Madrid de baloncesto ha bajado algo
el listón de su juego y que en los últimos partidos funciona más a
impulsos que de forma regular.
Intuyo que las mayores dudas vienen tras la sorprendente derrota en la Copa del Rey ante el Barcelona.
Perder ante el actual campeón de Liga puede entrar en todas las
quinielas, pero la forma en que se hizo dolió especialmente. El Madrid
tuvo posesión para ganar en el tiempo reglamentario e incluso tuvo el
choque atado y ganado en la primera prórroga. Todo ello a pesar de que
no se jugó ni mucho menos bien. El Madrid ha perdido ya dos veces esta
temporada ante los culés y en las dos lo ha hecho dando la sensación de
que es realmente superior a su rival. El problema es que los de Pascual
jugaron en esos encuentros su mejor baloncesto y los blancos lo hicieron
realmente mal.
Sin quitarle mérito al rival, el partido de Vitoria me dejó el poso de que el favoritismo le había hecho mucho daño a los de Laso.
En ningún momento vi el juego dinámico y fresco de los primeros meses
de temporada; sino más bien un basket lento, errático y asfixiado. Como
si el Madrid se hubiera contagiado de la euforia que reinaba en el
ambiente y no hubiera entrado al partido todo lo 'enchufado' que debía.
Así que esa tarde se jugó mal, aunque también se pudo sacar una buena
conclusión: el Barcelona tuvo que dar lo máximo para conseguir ir a la prórroga dos veces ante un Madrid muy mediocre.
La cuestión es que el equipo se ha quedado sin la Copa que levantó el año pasado. Página pasada. Sin embargo, en este último mes sigo sin ver al mismo Madrid arrollador de principios de la temporada.
Más allá de un puñado de victorias fáciles y amplias en la Liga Endesa
ante rivales menores, el equipo ha sufrido en casa ante las dos
cenicientas de su grupo de la Euroliga, el Alba y el Bamberg.
En ambos encuentros llegó con el agua al cuello al último cuarto,
cuando hace poco más de dos meses ganó sobrado los dos partidos en
Alemania. Bien es cierto que los sacó adelante, pero lo hizo porque supo espabilar a tiempo para sacar su orgullo.
No me cabe duda de que el Madrid está atravesando ahora el mayor bache de juego de lo que llevamos de temporada. A ello se ha unido la lesión de Pocius,
un contratiempo por la ayuda en las rotaciones que daba el lituano.
Además, el juego interior no termina de dar el paso al frente que se
necesitaba, más allá del brutal Mirotic y el eterno Felipe Reyes. Begic
aporta poco y a cuentagotas, mientras que Hettsheimeir parece algo
dormido, quizás víctima de su adaptación a la ciudad y al juego después
de varios meses de ausencia por lesión.
Además, el cansancio también empieza a hacer mella. Jugadores como Rudy, Draper o Suárez han estado algo tocados en los últimos días
y el equipo se ha resentido más en su juego que en los resultados.
Porque, más allá de este bajón evidente en el rendimiento, la temporada
sigue siendo para enmarcar. En la Liga Endesa solo se ha perdido el
partido del Palau y todo está encaminado para terminar como campeones de
la temporada regular, mientras que en la Euroliga mucho tendrían que
torcerse las cosas para no acabar entre los dos primeros del grupo del
Top-16.
Es por ello que no hay por qué ponerse nerviosos. La
Supercopa ya está en las vitrinas y la Copa del Rey se perdió por
pequeños detalles. Y en la Liga y la Euroliga las cosas están mejor que
bien. Sin embargo, esta trayectoria tan positiva no asegura nada e incluso puede generar confianza y relajación.
El equipo debe de aprender del batacazo en Vitoria y ser consciente de
que el favoritismo perjudica más que ayuda. Porque hacer las cosas tan
bien también tiene sus aspectos negativos. Una idea que hay que asimilar cuanto antes para darnos cuenta de que todavía no hemos hecho nada. Porque queda lo más difícil, completar el trabajo empezado.
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