Que no cunda el pánico. El fútbol es un mundo de contrastes, es cierto. Pero no se puede pasar del cielo al infierno en diez días. No debe ocurrir. Por mucho que a algunos les interese que esto sea así. Hay que tener paciencia. Y no caer en los mismos errores de siempre, porque la lección está costando ser aprendida. Esto no ha hecho más que empezar y todavía hay lugar para la rectificación. Aunque eso sí, sin mucho más margen de maniobra.
Lo que ha ocurrido en tres días en Valencia y Santander no es nada normal. De hecho, ya se anticipaban problemas viendo los partidos que el equipo sacó adelante ante el Getafe y el Dinamo. Pero las victorias taparon las carencias que iban quedando expuestas, de manera que el mal juego solo se interpretó como un acontecimiento puntual. No en vano, el Madrid es un equipo que últimamente se ha acostumbrado a ganar aunque juegue mal, de ahí que no hubiera grandes preocupaciones tras el encuentro de Croacia.
Pero, de repente, surgieron las dudas. La confianza que tenía el equipo se esfumó. Y todo por una mal partido en defensa ante el Getafe y por la escasa puntería demostrada en Zagreb. Dos encuentros asequibles en los que se ganó sufriendo. Choques que borraron la magnífica imagen dejada en la Supercopa y en el primer partido de Liga ante el Zaragoza. De hecho, la semana de selecciones contribuyó a que el equipo perdiera el magnífico ritmo que había encarado en las primeras semanas de competición.
Poco a poco, todo ha ido a peor. Como un balón que se infla rápidamente y luego se consume por un pinchazo, el equipo de Mourinho se ha disuelto. No queda ni rastro del conjunto fresco, fuerte y peligroso que estuvo a un paso de conquistar el Camp Nou. ¿El problema? Claramente psicológico, aunque con culpabilidad futbolística detrás. Son dos partidos y medio sin marcar, cuando hasta hace unos días el equipo presumía de acumular una excepcional racha goleadora, de las mejores de su historia. Cristiano ha dejado de ser un estilete preciso, pues enSantander cuajó una de sus peores actuaciones como merengue. Benzema ha vuelto a ser el jugador tristón de la temporada pasada. Y esto solo son los ejemplos más claros de una lista que podría incluir a Özil o Sergio Ramos.
Todo se deriva en apatía, en falta de actitud sobre el terreno de juego. Así que la dinámica del equipo es peligrosa. Bastante. Porque el Madrid ha entrado en una etapa de frustración donde los errores llevan a más errores. Donde el fallo se traduce en desesperación y obcecación. Faltan ideas, faltan ganas, falta alegría en el juego. Muchos medios ya se atreven a decir que el ambiente en el vestuario no es bueno. Lo dudo mucho. Mourinho es exigente, es duro, es polémico. Pero sabe formar un grupo humano. Y lo más importante, premia a cada uno según sus merecimientos.
Algunos estarán más a gusto con Mourinho, otros menos. Pasa en todos los equipos, es ley de vida. Pero todos los jugadores están comprometidos con su causa. El éxito del técnico es el de los jugadores, y por ende, el del madridismo. No dudo en que todos quieren remar en una dirección. Pero la tarea del portugués es mostrársela, iluminarles cuando las dudas les oscurecen las ideas. De ahí que ahora sea el momento de motivar a la plantilla, de hacerla ver que, por un puñado de encuentros malos, no se pueden bajar los brazos. Y es que el madridismo perdona los partidos malos, pero lo que no perdona es la falta de entrega y la apatía.
Por tanto, tocan días de trabajo psicológico. Y de pizarra. El Madrid no puede perder más puntos ante equipos que se cierran atrás. El ataque en estático es uno de los grandes problemas de este equipo, que lleva muchos meses chocándose contra los autobuses que ponen los equipos rivales en sus estadios. Esto no es un ejercicio de cabezonería, sino de inteligencia. Mourinho debe encontrar la fórmula que ayude a abrir estas defensas, el parche que tape las fugas del equipo. Porque si lo consigue, estará mucho más cerca de lograr que el Madrid recupere el ánimo y las constantes vitales de hace un par de semanas.
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