Mesut Özil. Un nombre que, para aquellos que no siguen mucho el fútbol europeo, empezó a sonar con fuerza hace 14 meses, cuando este mediapunta comenzó a dirigir el timón de la nueva Alemania de Low. Su aparición fue tan fulgurante que Florentino Pérez se quedó prendado de su talento y decidió apostar fuertemente por él, aunque aún no hubiera cumplido los 22 años. Y es que este alemán de ascendencia turca pintaba para crack y su juventud encajaba a la perfección con el nuevo proyecto madridista.
De esta forma, 15 millones de euros tuvieron la culpa para que Özil cambiara el verde del Werder Bremen por el blanco del Real Madrid. Por delante tenía la aventura de consagrarse en la meca del fútbol mundial, en el club más grande de la historia. Y a fe que lo ha ido haciendo, en gran parte por su talento innato y en menor medida por el sitio que le ha cedido Kaká. Porque en ausencia del astro brasileño, el Madrid ha encontrado en el teutón a su genio, a un jugador diferente que, aunque ya da mucho, aún promete una eclosión futbolística memorable.
Un año después de su llegada, Özil ya está amoldado al equipo y a la ciudad. El mediapunta es claro titular en los esquemas de Mourinho y la afición le adora por su juego y su dedicación. Es la gran baza del madridismo para el próximo lustro y la selección alemana le fía sus esperanzas para poder derrocar a esta estratosférica selección española. Y todo ello, con solo 22 añitos. Toda una carrera por delante, toda una historia de grandeza madridista por forjar.
De hecho, algunos ya especulan con una candidatura futura a ganar el Balón de Oro. El chaval tiene madera, desde luego. La calidad se tiene o no se tiene. Y este la posee a raudales. Su juego destila una sencillez sorprendente, pues Özil es capaz de jugar y hacer jugar con una facilidad inusitada. El espectador presencia su fútbol y no ve dificultades en su ejecución, porque este jugador tiene la facultad de percibir con sencillez lo que para el resto de los mortales es un problema complejo.
Pero mesura. Porque Özil no es un jugador perfecto. Es un diamante en bruto sin pulir. Una joya con muchas aristas, que brilla a ráfagas mientras hay veces que ni se la ve aparecer. Intermitente, en definitiva. Su fútbol adolece de continuidad, su facilidad para desaparecer es similar a la que tiene para dar asistencias de oro. Lo mismo se marca un partidazo en la Romareda, multiplicándose en las tareas defensivas, como pasa desapercibido en Zagreb. Todo con diez días de diferencia.
Liderazgo, perseverancia, continuidad, personalidad, dominio de la situación. Quizás, a su edad, esto sea mucho pedir. Pero son aspectos que marcan la diferencia, las fronteras, entre ser muy bueno y ser el mejor. La historia ha escrito con letras doradas los nombres de Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona o Zidane. En cambio, otros como Laudrup, Van Basten, Ronaldinho, Rivaldo o Bergkamp, entre otros muchos, van a ser recordados por su calidad y por su incapacidad para mantener su regularidad máxima más allá de un puñado de grandiosas temporadas. Unos secundarios de lujo en tiempos de grandes actores, en definitiva.
La cuestión es convertirse en el referente de una generación o vivir a la sombra de otros. Özil tiene bases para ser de los primeros, pero de las próximas temporadas dependerá que no acabe en el grupo de los segundos. Desde luego, con gente como Messi no lo va a tener nada fácil, si bien el hecho de ser el motor del nuevo Madrid le coloca en una buena zona de salida para intentarlo. Ojo por tanto, porque los próximos años prometen un duelo para el recuerdo entre el argentino y el alemán. Pero paciencia. Porque antes, Özil debe medir cada paso, ganar en fortaleza. Y seguir aprendiendo y descubrir que en el fútbol, una cabeza amueblada puede ser la diferencia entre ser un 'crack' y ser uno de los elegidos.
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