Hace unos días un amigo madridista me comentaba que en 1995 tuvo la oportunidad de vivir en el Santiago Bernabéu el histórico partido ante el Deportivo de la Coruña
que dio la Liga al equipo blanco. Sin embargo, lo curioso de todo es
que su mayor recuerdo del encuentro no era el del famoso gol de Zamorano
que valió el título. Lo que más le marcó de entonces fue una jugada
aislada en la que el respetable ovacionó a Martín Vázquez por salvar en
el centro del campo un balón sin importancia que se perdía por la banda.
Se trata de una anécdota que viene a resumir brevemente la filosofía histórica del Real Madrid. Una razón de ser que José Mourinho ha asimilado desde el primer día, honrándola cada vez que le ha sido posible.
Porque al de Setúbal se le puede acusar de muchas cosas, pero no de
falta de implicación. Él se ha hecho tan grande en esta profesión por su
capacidad de mimetizarse con el club en el que trabaja, de adaptarse
rápidamente y asimilar los rasgos de cada institución. Y en Madrid no ha tardado en comprender las dimensiones universales del club, asumiéndolas como suyas y sembrándolas entre la plantilla para que los jugadores comprendan lo que supone portar este escudo.
Los últimos días han sido complicados, tanto para el club como para la afición. Ha sido como una montaña rusa de sensaciones, con más descensos que ascensos.
La alegría de la Supercopa se ha visto eclipsada por el mal inicio en
Liga y por la tristeza de Cristiano Ronaldo, por lo que se han generado
dudas lógicas. A pesar de que el crédito de Mourinho es enorme. Porque la imagen que el Madrid dio en Sevilla fue muy mala, diría que de la peor en el último año y medio. No solo por el hecho de jugar mal, sino por la sensaciones de incapacidad y frustración que dieron los jugadores.
Han sido momentos de duda, sí. Y ante ellos, Mourinho ha cogido el decálogo madridista y le ha pedido a sus hombres que lo apliquen. Recientemente leía una frase de Santiago Bernabéu en la que decía que "la camiseta del Madrid es blanca, se puede manchar de barro, de sudor y hasta de sangre, pero nunca de vergüenza".
Ley madridista. Palabra del hombre que hizo grande a este club, que
sabía mejor que nadie lo que era y debía ser el Real Madrid. Porque aquí
se puede jugar mejor o peor, ganar o perder, pero nunca dejar de
luchar ni dar por perdido un balón, aunque éste se pierda por una banda
a 40 metros de la portería.
Ésta es la diferencia entre este equipo y los demás. Nunca
habrá nada igual al Madrid, porque nadie ha sido capaz de adoptar esta
filosofía de la forma que se ha hecho en Concha Espina. Por eso, Mourinho dejó claro tras el Pizjuán que "no tenía equipo".
Algunos han intentado malinterpretar sus palabras, como si el
entrenador estuviera minusvalorando a sus hombres. Pero nada más lejos
de la realidad. Solo quería espabilarles, darles a entender que vestir
esta camiseta conlleva ciertas obligaciones.
Y ellos, listos como son, lo han entendido a la perfección. Ante el City dieron toda una exhibición de madridismo. De entrega.
Dejaron claro que las catástrofes de Getafe o Sevilla no respondían a
un problema de condición física, sino de mentalidad. De agotamiento
psicológico o incluso de falta de ambición puntual. Porque el
martes jugaron un partido magnífico, encerrando al campeón de la
Premier en su campo, logrando que tardara una hora en tirar a puerta
por primera vez. Y jugando bien al fútbol mal que les pese a
algunos, gente incapaz de valorar positivamente este juego al no
cumplir los cánones culés de estética.
Al acabar el partido no pude más que pensar que acababa de disfrutar del Real Madrid. Y eso son palabras mayores. De una noche mágica en el Bernabéu, como no había vivido en mi vida.
Los jugadores se vaciaron a pesar de las adversidades y el madridismo
conectó perfectamente con ellos, creando un ambiente único. Al final se
ganó, pero como dijo Mourinho después del partido, si se hubiera perdido tampoco hubiera pasado nada. Porque la vergüenza del sábado había tornado en el orgullo del martes. Por fin, el equipo había recuperado la senda correcta, la que ha hecho de este club el mejor de la historia. Un camino donde la épica es lema y se pelea cada balón como si fuera el último. Porque es nuestra identidad, la que nos ha hecho grandes. Y, en estos casos, también la respuesta a nuestras dudas
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