Cuatro años
esperando para este momento y ya ha llegado. El madridismo lo ha pasado
muy mal en las últimas temporadas, ha tenido que aguantar muchas
cosas. Entre ellas, la superioridad del mejor Barcelona de la historia,
dominador del fútbol mundial durante el último trienio con justicia y
por fútbol, a pesar de que en más de una ocasión sus logros llevaran
aparejados arbitrajes más que cuestionables. Pero este bendito deporte
está dominado por ciclos y el sábado empezó a quedar claro que el que
hemos vivido recientemente está dando sus últimos estertores. Al menos,
en lo que respecta a esta superioridad culé.
Desde
el verano de 2010 se han jugado un total de once 'Clásicos' entre el
Real Madrid y el Barcelona. En todas las competiciones y se podría
decir que de todos los 'colores'. En estos casi dos años hemos
visto de todo, desde baños culés (con el infausto 5-0 inicial) hasta
exhibiciones de fútbol del Real Madrid en el Camp Nou (como en la
vuelta de la Copa del Rey) o choques preciosos por su igualdad y emoción
(final de Copa del Rey de 2011). Y el pasado sábado vivimos la última
versión de este duelo que está pasando a la historia por enfrentar a
dos de los mejores conjuntos de todos los tiempos, y en el que el club
blanco consiguió justo el 'cromo' que le faltaba para la colección. El
del triunfo en Barcelona.
¿Qué quiero decir con todo esto? Simplemente, que en los 22
meses que Mourinho lleva en el Real Madrid ya ha cumplido su primer
gran objetivo y, a la vez, el más importante: equilibrar las fuerzas
con el conjunto catalán. En mayo de 2009 Barcelona y Madrid no
podían estar más lejos. Los blancos, convulsionados a nivel deportivo e
institucional, en momentos previos a elecciones presidenciales y con
un 2-6 culé clavado como una puñalada en el corazón. En cambio, el
Barcelona tenía un triplete y acababa de encontrar un pozo de petróleo
futbolístico: un estilo de juego espectacular que no tardó en enamorar al mundo.
Como digo, los dos clubes eran en esos momentos la noche y el día. En el verano de 2009, Florentino Pérez volvió para sacar al club de su grave crisis. Pero
no empezó con buen pie, porque continuó con la filosofía que
precisamente le había hecho abandonar el Real Madrid tres años antes.
La de gastar millonadas en nombres para ponerlos al servicio de un
entrenador de segunda fila, Pellegrini. Nuevos 'galácticos' comandados
por un hombre de buen paladar para esto del fútbol, pero sin el carácter
necesario. El error de querer construir la casa por el tejado se
volvía a cometer. Se quería acabar de un plumazo con el
emergente Barça a base de talonario, pero olvidando que, para ello, era
necesario encontrarle una identidad al equipo.
La apuesta duró un año. Lo que tardó Pellegrini en fracasar de manera
humillante en la Copa del Rey y patética en la Liga de Campeones. Siete años seguidos perdiendo en octavos de final en Europa, que se dice pronto. Pero eso sí, el chileno sacó pecho para decir que, aunque habían sido segundos en Liga, habían batido el récord de 96 puntos. Todo ello sin partidos entre semana desde marzo. En junio tenía el finiquito, como es lógico.
Y entonces, Florentino supo lo que hacer. Traer al mejor, al hombre que
ese mismo año había le había devuelto al Inter de Milan la Champions,
más de tres décadas después de la última. A José Mourinho. Y, por
primera vez, hizo lo que no había hecho nunca hasta entonces: le dio plenos poderes.
El presidente otorgó las llaves del Bernabéu y Valdebebas a Mourinho.
Le cedió el protagonismo. Lo que ha tenido muchas consecuencias,
innumerables. Porque el portugués, es único, por algo es 'The Special One'. Cuando
se le fichó, el club ya sabía a quién traía. A alguien llamado a
competir en poco tiempo con el mejor Barça de la historia. El precio,
polémica y personalidad a raudales. En la primera temporada,
demostró estar en el buen camino, la Copa del Rey fue prueba de ello. La
Liga no estuvo muy lejos y la Champions, tampoco. El Barcelona
seguía ganando los duelos directos de más importancia, pero el Madrid
ya competía y, por qué no decirlo, 'mordía' y hacía sudar a su rival.
La presente temporada empezó de manera similar, con los blancos haciéndole trabajar y sufrir al Barcelona, aunque los culés continuaban llevándose el gato al agua en la Supercopa y Copa del Rey.
A veces con un fútbol superior al Madrid, pero otras con los blancos
demostrando que ellos también sabe jugar a esto. Con su particular
manera, directos, veloces, verticales. La antítesis del juego
preciosista de Pep. Y resultó que el Real Madrid empezó a ser
más regular que su rival, más compacto. Con más profundidad de
plantilla, mejor ataque y menos problemas en el vestuario. Y
todo cambió, porque por primera vez en cuatro años, el Real Madrid pasó
a ser líder y demostraba tener mejores costuras que un Barcelona que
empezaba a ver grietas en su vestuario.
Mientras tanto, Mourinho trabajaba en Valdebebas. A pesar de las zancadillas constantes, puestas por parte de la prensa y sus detractores. Algunas ganadas a pulso, todo hay que decirlo, por una actitud huraña y franca. Pero muchas injustas. "Algunas veces me siento perdido, no sé qué dirección tomar" decía hace unos días en una entrevista
en Italia. Lógico, porque debe ser muy molesto que te critiquen hagas
lo que hagas. Nunca nadie en el fútbol ha sido tan vapuleado como él.
Por eso, optó por apartarse de los focos, no hablar más en Liga.
Ni una sola crítica a los colegiados en la plantilla en las últimas
semanas, en los momentos claves. Política del silencio discutible desde
la óptica del periodista, pero incluso aplaudible por el aficionado
merengue. Con todo, las críticas volvieron a arreciar por su omisión.
Pero él, a lo suyo. Trabajo, trabajo y más trabajo, porque el terreno que llevaba abonando muchos meses empezaba a entrar en época de cosecha.
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