Una vez clasificado el Barcelona para la final, tuve la oportunidad de ver algún que otro reportaje televisivo en el que se entrevistaba a seguidores culés sobre el tema y algunos de ellos no negaban su deseo de ganar el título en el Bernabéu para poder presumir ante el madridismo e, incluso, silbar el himno español y escuchar el suyo propio en el coliseo merengue. Es curioso que algunos de los mismos que quieren ganar el título por otro lado estén dispuestos a no respetar sus valores y fundamentos. Pero, más allá de ello, lo que me resulta incómodo del tema es la predisposición que tiene un sector de aficionados a comportarse indebidamente y perder la educación en el citado partido, incrementando incluso sus hostilidades hacia la competición y su parafernalia (en el buen sentido del término) si se disputara en el Santiago Bernabéu.
La cuestión es que, para mí, el derecho a la hospitalidad del madridismo puede quedar reservado desde el momento en que no haya garantías de que el comportamiento de un sector de los aficionados vaya a estar a la altura de la cita. Porque no habría problemas en abrir las puertas generosamente de uno de los campos más importantes de la historia si el objetivo fuera disfrutar de una fiesta del fútbol. Pero el panorama cambia a sabiendas de que es posible que la actitud de unos cuentos lleve a una imagen similar a la bochornosa que ya se vivió en la final entre estos dos equipos en el año 2009. Con el agregado de que a nadie le gusta que el eterno rival presuma en tu propia casa de un éxito.
De todas formas, en Barcelona y Bilbao se escudan en que el principal motivo para disputar la final de Copa en el Bernabéu es que es "el estadio de mayor aforo después del Camp Nou, de manera que entrarán más aficionados de los dos equipos". Lógico, claro. Pero una perspectiva que, si se repasa la historia, pocas veces ha sido tenida en cuenta. Se viene hablando mucho que el estadio barcelonista es el más grande, pero nadie dice que solo ¡tres veces! ha albergado una final de Copa y una única en los últimos 40 años (la de 2010). Aunque diré más. En los últimos 20 años, el Bernabéu solo ha disfrutado del partido seis veces, a pesar de que el Real Madrid la jugó en este tiempo en únicamente cinco ocasiones. O lo que es lo mismo, solo el 35% de las finales de estas dos mencionadas décadas se jugó en uno de los dos principales estadios de España.
Por ejemplo, la final de 1996 entre el Atlético de Madrid y el Barcelona se disputó en La Romareda, mientras que la de 1999 entre los rojiblancos y el Valencia fue en La Cartuja, o la de 2004 entre Real Madrid y Real Zaragoza se puso en liza en el Lluís Companys precisamente porque el Barcelona no quiso ver a su rival jugándola en el Camp Nou. Grandes partidos entre equipos con aficiones numerosas y disputadas en campos de tamaños medios. Con ello quiero decir que el argumento de la capacidad del estadio tiene sentido, pero prácticamente nunca ha sido clave a la hora de tomar la decisión.
De ahí que no me valga como motivo de peso para obligar al madridismo a ceder su principal patrimonio para una cita que está llamada a ser la fiesta del fútbol, pero que unos pocos parecen interesados en pervertir. Al entendimiento y a las concesiones se puede llegar desde las buenas intenciones y la confianza existente, pero en este caso el madridismo no tiene asegurado que un sector de aficionados asistentes no aproveche la ocasión para burlarse del sentimiento merengue. Así que en este caso, más allá de las obras que va a realizar el club en sus instalaciones en esas fechas, la situación invita a que el Real Madrid se reserve el derecho de admisión. Porque una cosa es ser amables, y otra, pecar de cándidos.
La cuestión es que, para mí, el derecho a la hospitalidad del madridismo puede quedar reservado desde el momento en que no haya garantías de que el comportamiento de un sector de los aficionados vaya a estar a la altura de la cita. Porque no habría problemas en abrir las puertas generosamente de uno de los campos más importantes de la historia si el objetivo fuera disfrutar de una fiesta del fútbol. Pero el panorama cambia a sabiendas de que es posible que la actitud de unos cuentos lleve a una imagen similar a la bochornosa que ya se vivió en la final entre estos dos equipos en el año 2009. Con el agregado de que a nadie le gusta que el eterno rival presuma en tu propia casa de un éxito.
De todas formas, en Barcelona y Bilbao se escudan en que el principal motivo para disputar la final de Copa en el Bernabéu es que es "el estadio de mayor aforo después del Camp Nou, de manera que entrarán más aficionados de los dos equipos". Lógico, claro. Pero una perspectiva que, si se repasa la historia, pocas veces ha sido tenida en cuenta. Se viene hablando mucho que el estadio barcelonista es el más grande, pero nadie dice que solo ¡tres veces! ha albergado una final de Copa y una única en los últimos 40 años (la de 2010). Aunque diré más. En los últimos 20 años, el Bernabéu solo ha disfrutado del partido seis veces, a pesar de que el Real Madrid la jugó en este tiempo en únicamente cinco ocasiones. O lo que es lo mismo, solo el 35% de las finales de estas dos mencionadas décadas se jugó en uno de los dos principales estadios de España.
Por ejemplo, la final de 1996 entre el Atlético de Madrid y el Barcelona se disputó en La Romareda, mientras que la de 1999 entre los rojiblancos y el Valencia fue en La Cartuja, o la de 2004 entre Real Madrid y Real Zaragoza se puso en liza en el Lluís Companys precisamente porque el Barcelona no quiso ver a su rival jugándola en el Camp Nou. Grandes partidos entre equipos con aficiones numerosas y disputadas en campos de tamaños medios. Con ello quiero decir que el argumento de la capacidad del estadio tiene sentido, pero prácticamente nunca ha sido clave a la hora de tomar la decisión.
De ahí que no me valga como motivo de peso para obligar al madridismo a ceder su principal patrimonio para una cita que está llamada a ser la fiesta del fútbol, pero que unos pocos parecen interesados en pervertir. Al entendimiento y a las concesiones se puede llegar desde las buenas intenciones y la confianza existente, pero en este caso el madridismo no tiene asegurado que un sector de aficionados asistentes no aproveche la ocasión para burlarse del sentimiento merengue. Así que en este caso, más allá de las obras que va a realizar el club en sus instalaciones en esas fechas, la situación invita a que el Real Madrid se reserve el derecho de admisión. Porque una cosa es ser amables, y otra, pecar de cándidos.
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