Se acabó lo que se daba… por esta temporada. Al final, el pronóstico de José Mourinho se cumplió este martes y el Real Madrid fue a Barcelona para hacer de mera comparsa. Bien es cierto que el juego del conjunto blanco no fue bueno a lo largo de toda la eliminatoria. Pero también lo es que la escuadra culé solo solventó con solvencia el duelo cuando se vio favorecido por la inercia de unos arbitrajes que adulteraron cualquier análisis posterior a los enfrentamientos. Y es que, aunque algunos aficionados se empeñen en defender que con el Barça ganó el fútbol, lo sucedido en esta eliminatoria le ha hecho mucho daño a la imagen del llamado ‘deporte rey’.
Ser madridista implica tener unos valores, sí. Pero no conlleva ser cándidos y aceptar agachando la cabeza los errores arbitrales cuando son claramente nocivos para el equipo. La educación y el señorío es algo que este club lleva grabado a fuego en su escudo, si bien estos aspectos también dan cabida a expresar desacuerdo cuando se cometen ciertas injusticias con el equipo. Por tanto, las quejas (siempre desde el respeto) ante los sibilinos arbitrajes sufridos en la Liga de Campeones no deben entenderse como pataletas, sino como expresiones de un sentir acorde a lo que ha supuesto un grave daño deportivo e institucional para el Real Madrid.
Los hechos dicen que la UEFA jugó con fuego al designar a De Bleeckere como colegiado para el choque de vuelta. Su nombramiento era un pábulo a la especulación, a mirar con lupa un arbitraje que se había convertido en más protagonista que los propios equipos en sí. Casualidad o no, el belga se equivocó de manera clara en una acción que, como la de Pepe, cambió el partido y la eliminatoria por completo. Más leña para el árbol caído y más sensación de impotencia para una afición que ya llegaba al Camp Nou con la mosca detrás de la oreja. Y todo porque al máximo organismo europeo le va la marcha, lo cual levanta dudas realmente sobre la bondad de sus intenciones.
Creo, por tanto, que con otros arbitrajes la eliminatoria hubiera sido otra. No se puede negar que el planteamiento del Madrid en el partido de ida fue demasiado conservador. Pero tampoco que los blancos tenían el partido del Bernabéu controlado hasta la expulsión de Pepe. En una decisión polémica pero loable, Mourinho decidió apostar por el empate a cero en el partido de ida, quizás teniendo en cuenta que, en una eliminatoria equilibrada, la lógica dictamine que ésta se gane en los partidos a domicilio. Especular sobre qué hubiera pasado sin la roja al luso es fútbol ficción, pero es algo que invita a pensar en un choque de vuelta con todo en el aire.
En consecuencia, los planes de Mourinho saltaron por los aires cuando Stark metió la mano. Criticarlos ahora es un acto de puro ventajismo, por mucho que su apuesta por el no fútbol fuera evidente en el coliseo blanco. Llamémoslo resultadismo quizás, algo de lo que el portugués peca a menudo pero que, realmente, es una estrategia válida para que este club empiece a pensar en buen juego y a mirar al futuro con más optimismo. La apuesta era esperar en el Bernabéu, morder en el Camp Nou. Y probablemente no hubiera salido mal de no haber sido por dos errores puntuales y claves.
Porque estos dos últimos encuentros no han expuesto la superioridad de juego culé que muchos querrían haber visto. A mi juicio, el Barcelona apenas fue netamente superior en 45 minutos de los 180 que duró la eliminatoria, 30 de ellos en ventaja numérica. El resto del tiempo fue un equipo que tuvo todo lo que quiso y más la pelota, pero que no tuvo profundidad y frescura en ningún momento. Una ventaja de la que no supo sacar provecho, a diferencia de los casos de polémica arbitral. Así, la eliminatoria fue un duelo de estilos y estrategias que se desniveló por aspectos extradeportivos. Dos formas de concebir este deporte, pero ni mucho menos ninguna de ellas digna de convertirse en la abanderada de su patente universal.
Pero, más allá de todo ello, los cuatro ‘Clásicos’ ofrecen una lectura positiva para el madridismo. El balance ha sido de dos empates y un triunfo para cada equipo, si bien el Barcelona ha sido el que se ha llevado el premio ‘gordo’ de la final de la Champions. Aún así, el club blanco se ha llevado una sensación de triunfo moral, pues por fin ha comprendido que está capacitado para luchar cara a cara con, quizás, el mejor conjunto de todos los tiempos. Se ha demostrado que la ‘manita’ del Camp Nou fue un simple error y que el crecimiento deportivo de la plantilla ha sido exponencial en la primera temporada de Mourinho.
Por tanto, la balanza de ‘poder’ entre los dos grandes parece equilibrada por primera vez después de varios años. En esta ocasión puede ser que se haya perdido a los puntos con el máximo rival, pero se ha sabido competir y se ha sacado un título como premio por ello. Lo que no es poco. Ahora solo toca reflexionar y seguir trabajando duro para completar el trabajo a partir de la próxima campaña, deseando que la próxima vez sea el fútbol, con su infinidad de planteamientos posibles, el que se convierta en el protagonista que reparta justicia.
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