Un educado apretón de manos. Con esta imagen se resume la relación entre dos de los países más poderosos del mundo, dos naciones que hace tan sólo cuatro años y medio se reunían en las Azores con el objetivo de declarar una guerra quizás innecesaria. Un tiempo más que suficiente para revertir unas relaciones que por aquél entonces eran más amistosas de lo necesario y que ahora se han convertido en más frías de lo que debieran. El motivo: romper con el anterior Gobierno del PP y con todo lo que recordase a él, aunque el precio de esta actitud llevase a la marginación internacional.
Sólo así se explica que la actual España pueda “presumir” de relacionarse amigablemente con países como Cuba, Bolivia o Venezuela. Se ha pasado de estar con Estados Unidos a estar contra él, cuando en realidad lo más inteligente no era ni una cosa ni lo otra. Zapatero ha confundido la idea, y ha pensado que si no se está de acuerdo con el país de las barras y estrellas, hay que oponerse a su política. De esta manera, ha podido más el orgullo de demostrar la total negativa a la Guerra de Irak que el hecho de mantener una buena relación con el país más poderoso del mundo.
Y es que había otros caminos, los cuales no implicaban necesariamente la sumisión de antaño a Bush. No estar de acuerdo con la política del presidente yankee no quiere decir oponerse a sus intereses, y menos implica apoyar a sus enemigos, países que actualmente tienen un status de parias en el escenario internacional. No había porqué escoger bando, pero Zapatero quiso hacerlo y optó por el perdedor, por mostrarse abiertamente contrario a las últimas decisiones de la Casa Blanca. Primero llegó la pronta retirada de las tropas españolas en Irak, en una decisión premeditada e impropia de un país serio.
Digo esto porque uno de los principales deberes de un político cuando es elegido como nuevo presidente de un país es asumir las decisiones de su antecesor, y, si no está de acuerdo con ellas, cambiarlas de la manera menos traumática posible. Sin embargo, Zapatero no tardó ni un mes en retirar a las tropas españolas de Irak, en traicionar un pacto que España (la España de Aznar) había alcanzado con EE.UU. El resultado fue que Bush y sus aliados se encontraron casi sin margen de maniobra, dejando la imagen de España muy mal parada por traicionar unos compromisos que merecían ser cuidados con mayor tacto.
Aún así, no todo estaba perdido. Pero la culminación del error llegó muy poco después, cuando nuestro actual presidente se mantuvo sentado ante el paso de la bandera estadounidense en el desfile de las tropas el día de la hispanidad del 2003. Zapatero confundió protocolo con principios y con este acto hipotecó las relaciones internacionales del país para los siguientes cuatro años. La línea a seguir estaba marcada, y desde entonces España ha pasado al segundo plano de la esfera internacional, por mucho que ahora se presuma de ser la octava economía mundial. La realidad es que actualmente la opinión de nuestro país no es más que un suave murmullo para los oídos de potencias como la norteamericana, la alemana o la británica.
Así pues, nuestro lugar ahora se encuentra junto a países como Mauritania, Turquía y Bolivia. Y no, no digo países al azar, porque estos fueron las naciones con las que Zapatero se pudo reunir durante la reciente cumbre sobre el cambio climático en la sede de la ONU. Allí, en Nueva York, fue donde se produjo la esperada imagen del saludo entre Zapatero y Bush, la cual se limitó a un simple intercambio de mera cortesía. Ése es el único contacto que guardan nuestros presidentes, maquillado por infrecuentes reuniones entre Condoleezza Rice y Moratinos. Un hecho que se podría resumir en indiferencia estadounidense hacia España, lo que es una triste noticia para nuestros intereses políticos mundiales.
El resultado de todo ello es que Zapatero sabe que ha hecho algo mal y ahora pretende arreglarlo de manera precipitada. El interés en acudir a la cena celebrada por la ONU (donde iba a estar Bush) así lo atestigua. No estábamos invitados, pero la diplomacia nacional movió los hilos necesarios para estar presentes en una cita donde el tema de fondo, el cambio climático, apenas tenía importancia. La intención era aproximarse a Estados Unidos, dar la sensación de codearse con la "crème de la crème". Pero la realidad es otra, y se escribe con la palabra de la indiferencia.
Sólo así se explica que la actual España pueda “presumir” de relacionarse amigablemente con países como Cuba, Bolivia o Venezuela. Se ha pasado de estar con Estados Unidos a estar contra él, cuando en realidad lo más inteligente no era ni una cosa ni lo otra. Zapatero ha confundido la idea, y ha pensado que si no se está de acuerdo con el país de las barras y estrellas, hay que oponerse a su política. De esta manera, ha podido más el orgullo de demostrar la total negativa a la Guerra de Irak que el hecho de mantener una buena relación con el país más poderoso del mundo.
Y es que había otros caminos, los cuales no implicaban necesariamente la sumisión de antaño a Bush. No estar de acuerdo con la política del presidente yankee no quiere decir oponerse a sus intereses, y menos implica apoyar a sus enemigos, países que actualmente tienen un status de parias en el escenario internacional. No había porqué escoger bando, pero Zapatero quiso hacerlo y optó por el perdedor, por mostrarse abiertamente contrario a las últimas decisiones de la Casa Blanca. Primero llegó la pronta retirada de las tropas españolas en Irak, en una decisión premeditada e impropia de un país serio.
Digo esto porque uno de los principales deberes de un político cuando es elegido como nuevo presidente de un país es asumir las decisiones de su antecesor, y, si no está de acuerdo con ellas, cambiarlas de la manera menos traumática posible. Sin embargo, Zapatero no tardó ni un mes en retirar a las tropas españolas de Irak, en traicionar un pacto que España (la España de Aznar) había alcanzado con EE.UU. El resultado fue que Bush y sus aliados se encontraron casi sin margen de maniobra, dejando la imagen de España muy mal parada por traicionar unos compromisos que merecían ser cuidados con mayor tacto.
Aún así, no todo estaba perdido. Pero la culminación del error llegó muy poco después, cuando nuestro actual presidente se mantuvo sentado ante el paso de la bandera estadounidense en el desfile de las tropas el día de la hispanidad del 2003. Zapatero confundió protocolo con principios y con este acto hipotecó las relaciones internacionales del país para los siguientes cuatro años. La línea a seguir estaba marcada, y desde entonces España ha pasado al segundo plano de la esfera internacional, por mucho que ahora se presuma de ser la octava economía mundial. La realidad es que actualmente la opinión de nuestro país no es más que un suave murmullo para los oídos de potencias como la norteamericana, la alemana o la británica.
Así pues, nuestro lugar ahora se encuentra junto a países como Mauritania, Turquía y Bolivia. Y no, no digo países al azar, porque estos fueron las naciones con las que Zapatero se pudo reunir durante la reciente cumbre sobre el cambio climático en la sede de la ONU. Allí, en Nueva York, fue donde se produjo la esperada imagen del saludo entre Zapatero y Bush, la cual se limitó a un simple intercambio de mera cortesía. Ése es el único contacto que guardan nuestros presidentes, maquillado por infrecuentes reuniones entre Condoleezza Rice y Moratinos. Un hecho que se podría resumir en indiferencia estadounidense hacia España, lo que es una triste noticia para nuestros intereses políticos mundiales.
El resultado de todo ello es que Zapatero sabe que ha hecho algo mal y ahora pretende arreglarlo de manera precipitada. El interés en acudir a la cena celebrada por la ONU (donde iba a estar Bush) así lo atestigua. No estábamos invitados, pero la diplomacia nacional movió los hilos necesarios para estar presentes en una cita donde el tema de fondo, el cambio climático, apenas tenía importancia. La intención era aproximarse a Estados Unidos, dar la sensación de codearse con la "crème de la crème". Pero la realidad es otra, y se escribe con la palabra de la indiferencia.
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