Más de lo mismo. Es decir, buenas noticias. Este verano ha regresado a las carteleras el espía sin identidad, Jason Bourne, y lo hace ofreciendo los mismos ingredientes que en sus dos anteriores películas: acción, ritmo, una sobria espectacularidad y un argumento que engancha. Con ellos, el éxito está asegurado y más si en esta ocasión nos encontramos ante un filme que culmina de manera extraordinaria la saga.
Quizás El Ultimatum de Bourne no sea la película más llamativa de las tres (tras la escena de persecución automovilística de El mito de Bourne la tarea era casi utópica), ni tampoco la que aporta la mejor trama. Sin embargo, sí es la más frenética, las más intensa de todas. Esta vez sus guionistas se han permitido el lujo de ofrecernos a un personaje protagonista más frío de lo normal, en favor de un ritmo que deja al espectador sin aliento.
Y es que durante los cerca de 110 minutos de duración del filme, el espectador se ve envuelto por una historia trepidante, que no da lugar al descanso y que es capaz de jugar con el tiempo del metraje de la cinta hasta reducirlo a la mínima expresión. La película se hace corta, muy corta, y sobre todo, deja con ganas de más.
Parece que será la última de la trilogía (aunque sus autores tienen bien aprendida una de las lecciones básicas de Hollywood: nunca mates a la gallina de los huevos de oro) ya que nuestro protagonista consigue por fin atar todos los cabos que quedaban sueltos dentro de su amnésica memoria. Esta vez Bourne verá truncado su retiro cuando descubra que un periodista británico Simon Ross (Paddy Considine) está investigando los detalles relativos a su pasado en la organización Treadstone .
El antiguo asesino pronto se dará cuenta de que una vez más está hurgando demasiado en su pasado y que la nueva organización secreta gubernamental Blackbriar quiere verlo muerto. Con estos elementos, muy similares a las dos películas precendentes, el cóctel está servido y dispuesto para que el agente secreto vuelva a embarcarse en un viaje por el mundo que le lleve a descubrir los motivos por los que se convirtió en la máquina de matar que es.
Entre los momentos reseñables, tres son dignos de mención. El primero es la escena que transcurre en la estación londinense de Waterloo, donde el protagonista se ve envuelto en una persecución en la que además de protegerse así mismo deberá hacer lo propio con el periodista. La segunda es la que discurre por las calles de Madrid, que si bien supone el punto más pausado del filme (si se puede decir que lo hay), tiene el interés de ver al protagonista por nuestras calles.
El tercero y último es para mí uno de los momentos culminantes de la saga. Las secuencias desarrolladas en Tánger constituyen el momento más intenso del filme y quizás de la trilogía. En esta ocasión el espía se tiene que enfrentar a uno de sus rivales más complicados, y para eliminarlo tendrá que recurrir a sus mejores habilidades. Una vez más, la escena de persecución por las calles africanas es digna de elogio.
Nos encontramos pues ante una de las mejores películas de acción de los últimos años, que ofrece los mismos ingredientes a los que no tiene acostumbrados esta saga. ACCIÓN con mayúsculas, con unos actores que cumplen en su papel y un montaje que contribuye sobradamente a darle la intensidad necesaria que requiere el filme. A ello hay que añadirle el buen trabajo habitual de John Powell en la banda sonora, culminada con una nueva versión del clásico tema de Moby Extreme Ways.
Quizás El Ultimatum de Bourne no sea la película más llamativa de las tres (tras la escena de persecución automovilística de El mito de Bourne la tarea era casi utópica), ni tampoco la que aporta la mejor trama. Sin embargo, sí es la más frenética, las más intensa de todas. Esta vez sus guionistas se han permitido el lujo de ofrecernos a un personaje protagonista más frío de lo normal, en favor de un ritmo que deja al espectador sin aliento.
Y es que durante los cerca de 110 minutos de duración del filme, el espectador se ve envuelto por una historia trepidante, que no da lugar al descanso y que es capaz de jugar con el tiempo del metraje de la cinta hasta reducirlo a la mínima expresión. La película se hace corta, muy corta, y sobre todo, deja con ganas de más.
Parece que será la última de la trilogía (aunque sus autores tienen bien aprendida una de las lecciones básicas de Hollywood: nunca mates a la gallina de los huevos de oro) ya que nuestro protagonista consigue por fin atar todos los cabos que quedaban sueltos dentro de su amnésica memoria. Esta vez Bourne verá truncado su retiro cuando descubra que un periodista británico Simon Ross (Paddy Considine) está investigando los detalles relativos a su pasado en la organización Treadstone .
El antiguo asesino pronto se dará cuenta de que una vez más está hurgando demasiado en su pasado y que la nueva organización secreta gubernamental Blackbriar quiere verlo muerto. Con estos elementos, muy similares a las dos películas precendentes, el cóctel está servido y dispuesto para que el agente secreto vuelva a embarcarse en un viaje por el mundo que le lleve a descubrir los motivos por los que se convirtió en la máquina de matar que es.
Entre los momentos reseñables, tres son dignos de mención. El primero es la escena que transcurre en la estación londinense de Waterloo, donde el protagonista se ve envuelto en una persecución en la que además de protegerse así mismo deberá hacer lo propio con el periodista. La segunda es la que discurre por las calles de Madrid, que si bien supone el punto más pausado del filme (si se puede decir que lo hay), tiene el interés de ver al protagonista por nuestras calles.
El tercero y último es para mí uno de los momentos culminantes de la saga. Las secuencias desarrolladas en Tánger constituyen el momento más intenso del filme y quizás de la trilogía. En esta ocasión el espía se tiene que enfrentar a uno de sus rivales más complicados, y para eliminarlo tendrá que recurrir a sus mejores habilidades. Una vez más, la escena de persecución por las calles africanas es digna de elogio.
Nos encontramos pues ante una de las mejores películas de acción de los últimos años, que ofrece los mismos ingredientes a los que no tiene acostumbrados esta saga. ACCIÓN con mayúsculas, con unos actores que cumplen en su papel y un montaje que contribuye sobradamente a darle la intensidad necesaria que requiere el filme. A ello hay que añadirle el buen trabajo habitual de John Powell en la banda sonora, culminada con una nueva versión del clásico tema de Moby Extreme Ways.
En resumen, estamos de enhorabuena, porque Bourne ha vuelto y lo ha hecho para perfeccionarse así mismo.
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