Suele decirse
que cada español tiene un seleccionador dentro. Por eso, en los
últimos días no ha resultado extraño que el tema del delantero se haya
convertido prácticamente en un debate nacional. La decisión de Del Bosque de jugar sin '9'
ante Italia provocó un pequeño terremoto cuya intensidad estuvo marcada
para la amplitud de la debacle, el empate ante una tetracampeona del
mundo venida a menos. Y es que en este país hemos pasado en cuatro años
de lamentarnos por nuestra incapacidad de pasar de cuartos a valorar
como insuficiente una igualdad ante una de nuestras 'bestias negras'.
La actual
generación que disfruta el fútbol español ha cambiado nuestra historia.
Por fin somos un equipo ganador, de esos que no tiemblan cuando tienen
enfrente a los antaño inalcanzables alemanes, franceses, argentinos o
brasileños. Ahora es España la que marca las pautas planetarias de este
deporte, la que es admirada de un lado a otro del mundo. Y todo porque el 13 de octubre de 2007 a Luis Aragonés se le encendió la bombilla en Aarhus (Dinamarca), con motivo de un partido clasificatorio para la Eurocopa del año siguiente. Aquel
día España arrasó a su rival por 1-3 y puso las bases de su fútbol
espectacular basado en la posesión del balón, la calidad y el talento.
Desde entonces muchos han defendido que España calcó el modelo del Barcelona. Una afirmación que hay que coger con mucho cuidado, porque pocos recuerdan que en la Eurocopa de 2008 solo tres culés
(Puyol, Xavi e Iniesta) defendieron los colores nacionales. A partir de
ese éxito, la selección aumentó su nómina de barcelonistas, algo en lo
que fue clave que el propio club catalán fichara a varios de sus
integrantes como Villa, Cesc o Piqué. Esto propició que el sello culé
fuera más patente, aunque en su justa medida. Porque España y el
Barcelona son cosas muy distintas y ligar sus éxitos sería despreciar
al cerca del 70% de los jugadores del equipo que no visten o han vestido de azulgrana en sus carreras.
La cuestión es que los equipos juegan en función de su centro del campo. Es de cajón. En el caso de España, la presencia de gente como Xavi, Iniesta o Busquets provoca que haya semejanzas apreciables entre ambos combinados;
pues al fin y al cabo estamos hablando de los mismos jugadores en la
sala de máquinas de ambos equipos. Especialmente los dos primeros,
jugadores que por sí solos son capaces de marcar el estilo de los
conjuntos en los que juegan. Por algo suelen rondar el podio cada vez que se decide el Balón de Oro.
Sin embargo, España es ellos y mucho más. Es Silva, es Cazorla, es Xabi Alonso, es Javi Martínez, es Ramos, es Casillas.
Entre otros. Tiene una personalidad propia, un estilo influenciado por
los jugadores barcelonistas pero amplificado por sus otros compañeros.
Este equipo es el fruto de un estilo cultivado en el país desde hace
ya varias décadas, el del gusto por el balón. No por casualidad, antes de ganar el Mundial de Sudáfrica, España ya era bicampeona del mundo de fútbol sala. Aquí siempre se ha valorado la técnica y el juego vistoso; aunque nunca antes habíamos tenido ni la suerte ni la competitividad suficiente como para hacer algo grande.
La explosión definitiva llegó hace cinco años, un tiempo en el que
hemos igualado y superado los mayores logros de la historia del fútbol
patrio. Por fin hemos refrendado nuestra identidad y sabemos que nuestra
apuesta es ganadora. Pero hay un problema: que tanto éxito embriaga y confunde.
Y lleva a abusar de la fórmula del éxito. Tanto tiki-taka ha llevado a
la búsqueda de una sobredosis de este estilo, plasmada el pasado
domingo en el España - Italia inaugural de la Eurocopa.
Ese día Del Bosque intentó rizar el rizo, jugar con cuatro defensas y seis centrocampistas.
Como suena. Tanto se había venido hablando de que España era como el
Barcelona que el seleccionador debió creérselo y copió el estilo
Guardiola del último año. El del 'falso' delantero,
un planteamiento absurdo en sí mismo que únicamente tiene razón de ser
si se ejecuta con un futbolista superlativo como Messi. Solo él y
Cristiano Ronaldo son capaces de meter 60-70 goles por temporada sin
ser delanteros centros. Solo con ellos dos se puede entender la
renuncia a una referencia clara en ataque.
Pero España no tiene a ninguno de los dos. Y aún así, Del Bosque prefirió potenciar innecesariamente lo que mejor tiene el equipo: el centro del campo. Una decisión que, de paso, acentuó el gran problema de España, el de la falta de gol.
Si ya de por sí la selección llegaba a la Euro sin demasiada pegada
tras la lesión de Villa, el salmantino renunció definitivamente a ella.
Debió pensar que era mejor tener 6 hombres destinados a tocar, tocar y
tocar el balón sin casi mirar a la portería rival que 5 que jugaran al
fútbol y uno arriba que se aprovechara de ello para marcar.
Los presagios que muchos aventurábamos se confirmaron, porque España no pasó del empate. 1-1 que levantó polvareda, pues España no creó verdadero peligro hasta que Torres apareción en el partido a falta de 20 minutos para el final. Un mal que estaba diagnosticado incluso antes de empezar el partido y que Del Bosque cortó de raíz en el segundo partido ante Irlanda. Jugó Torres de titular y el de Fuenlabrada tardó cuatro minutos en marcar. Es lo que tiene jugar
a esto como siempre se ha hecho, con futbolistas arriba, en punta. Y
es que el fútbol va camino de tener 150 años de vida y ya es un poco
tarde para querer innovar. A este deporte no gana el que más tiene el balón, sino el que marca más tantos.
Y por momentos España ha dado más importancia a lo primero que a lo
segundo. Por fortuna, aún estamos a tiempo de darle prioridad a lo que
verdaderamente cuenta. Al gol.
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