El pasado 4 de marzo Ettore Messina dimitía como técnico del Real Madrid y dejaba el equipo provisionalmente en manos de su segundo Emanuele Molin. Ahora, tres semanas después y justo en el momento más importante de la temporada, la escuadra merengue comienza a dar síntomas de estar perdida. Cinco victorias, dos derrotas y dos prórrogas después, el club blanco empieza a zozobrar donde antes daba muestras de una cierta seguridad.
Bien es cierto que el equipo, en la temporada y media que Messina estuvo al frente, no demostró el nivel de juego que se puede esperar de un presupuesto próximo a los 30 millones de euros. Pero lo que tampoco se puede negar es que, en esta campaña, el Real Madrid había empezado a emitir señales de un cierto equilibrio y empaque en su baloncesto. No en vano, nunca antes el club se había clasificado como primero de su grupo en el Top-16 de la Euroliga, ni había dado tanto la impresión de estar cerca del nivel del Regal Barcelona como en la pasada final de la Copa del Rey.
Sin embargo, la repentina y abrupta salida del técnico italiano ha dejado huérfana a la plantilla. Como sucesor de Messina en el cargo ha continuado su ayudante, Emanuele Molin. Un entrenador de gran experiencia en este deporte, pero siempre como apoyo en la sombra y sin haber soportado nunca la responsabilidad de entrenar un gran club. La decisión de los dirigentes blancos ha sido la de mantener una línea continuista con un desconocido para el gran público, lo cual implica serios e importantes riesgos ante el momento de la temporada en que nos encontramos.
En el horizonte aparece la primera Final Four madridista en los últimos 15 años. O lo que es lo mismo, el mayor éxito en la historia reciente de una sección que otrora fue la mejor del Viejo Continente. Como rival en cuartos de final, el Power Electronics Valencia, un equipo físicamente poderoso y de buenos recursos técnicos. Pero a la larga, se trata del actual tercer clasificado de la Liga ACB, a tres victorias del propio Madrid. O lo que es lo mismo, una escuadra inferior a los merengues sobre el papel.
Momento para la reflexión
Por lo tanto, la oportunidad de esta plantilla para hacer historia es única. Pocas veces el Real Madrid tendrá tan asequible estar entre los cuatro mejores de Europa. Algo que, visto el rendimiento del equipo en los dos primeros partidos de la eliminatoria, parece que el equipo no ha sabido asumir. Es más, todo apunta a que, cada partido que pasa, el Real es menos Madrid. Y es que nos encontramos ante un equipo de escasa personalidad, en el que sólo Llull, Prigioni y Mirotic ponen algo del corazón. Mientras tanto, el capitán Felipe Reyes parece haberse quedado por el camino, más preocupado de su escaso papel actual en la plantilla que de llenar el hueco que él mismo ha dejado.
Pero el cordobés no es el único. Al igual que hiciera Messina, Molin no sabe muy bien qué hacer con un jugador como Vidal, que siempre que juega aporta en positivo. Ni tampoco sabe para qué cuenta en su plantilla con un jugador como Begic, fichado esta temporada en lugar de Garbajosa para calentar banquillo. Algo muy parecido a lo que hace Velickovic, uno de los mejores ‘cuatro’ del pasado Mundobasket y relegado ahora a un rol terciario porque Messina no quiso tener con él la paciencia que merecería un jugador de su calidad.
Y mención a parte merece Tucker. El norteamericano llegó el pasado verano como uno de los mejores escoltas de la ACB y va camino en convertirse en un nuevo fichaje estrellado, como ya fueron en su momento Almond o Hosley. Técnica y capacidades físicas no le faltan, pero para sustituir a Bullock no basta con hacer un aceptable comienzo de temporada. Ahora, Clay es un alma en pena por la cancha y sus aportaciones son en muchas ocasiones un lastre difícil de cargar. No estaría mal hacer trabajo psicológico con el jugador, porque el Real Madrid no puede estar más tiempo sin un escolta de nivel.
Bajo este panorama, con más de media plantilla bajo mínimos en el aspecto psicológico y físico y con un entrenador sobrepasado por la situación, es Prigioni quien parece estar erigiéndose como líder del equipo. El argentino parece haber tomado el mando del vestuario tras la salida de Messina y está mostrando un estado de forma excepcional. Él solo casi ganó el partido ante el Unicaja y ante el Power ha vuelto a ser un motor imprescindible. Pero la lectura que hay que hacer de esta cuestión no es positiva: la cabeza de este equipo debe ser el técnico, no su jugador más veterano.
Pese a todo ello, el Real Madrid aún está a tiempo de corregir su rumbo. La eliminatoria con el Power está igualada y todo se decidirá la semana próxima en Valencia. Lo lógico es que se llegara a un quinto partido, donde la Caja Mágica debería dictar sentencia. Pero para llegar a un final feliz, los blancos deben replantearse su situación y recuperar el espíritu que hace unas temporadas les llevó a ganar la Liga y la Copa ULEB. El de un equipo, aquel que resalta el colectivo sobre las individualidades y que disfruta con este deporte. Porque si no, el sueño de la Final Four continuará siendo una utopía en el imaginario del madridismo.
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