Tan sólo cinco palabras han bastado para crear un terremoto mediático de repercusiones aún ilimitadas. Un simple "¿por qué no te callas?" dicho oportunamente, pero no por ello de manera premeditada, ha centrado en los últimos días la atención del panorama noticioso español y de paso ha servido para revitalizar la imagen de una Monarquía que en los últimos meses comenzaba a mostrar síntomas de flaqueza. Muestras que, incluso un par de días después de este suceso, han continuado dándose con la separación entre la Infanta Elena y Jaime de Marichalar.
Se puede afirmar que éste ha sido para la Casa Real un año muy complicado. A la polémica portada de El Jueves de este verano se han unido otros acontecimientos que han llevado a la sociedad española a plantearse la verdadera utilidad de la institución en el país. Así, la quema de imágenes del Rey, que llegó a convertirse en un medio de publicitario más que en un fin; o la ultimísima visita de SS.MM. a las ciudades de Ceuta y Melilla, han provocado la polémica en una sociedad que no deja de cuestionarse su propia identidad.
Llegada a este punto, la Monarquía necesitaba un espaldarazo que reafirmase su función, que demostrase que a pesar de las dificultades recientes continúa acarreando con sus responsabilidades. Y la oportunidad llegó el pasado 10 de noviembre, durante la clausura de la XVII cumbre Iberoamericana. Tras la incendiaria intervención de Hugo Chávez en contra de Aznar y su política, le llegaba el turno de palabra a Rodríguez Zapatero. El presidente español, como es evidente, no comulga con su antecesor, pero en esta ocasión cumplió con la necesidad del momento: salió en su defensa y en la de la democracia, pidiendo un poco de respeto para alguien que había sido elegido por millones de españoles.
Sin embargo, los argumentos del presidente español no parecieron suficientes para el líder venezolano, quien haciendo uso de su habitual irrespetuosidad, empezó a criticar en voz alta a Aznar mientras Zapatero hacía uso de su palabra. Para mí el hecho es un síntoma claro de que algo falla en este hombre cuando se le llena la boca con el "fascismo" (sí, esa palabra por desgracia tan manida hoy en día) y en realidad él es incapaz de dejar a hablar a un interlocutor durante una cumbre internacional. Y es que, ya que se utiliza para tantas cosas la famosa palabrita, no estaría mal que el propio Chávez se aplicase el cuento y demostrase un poquito de respeto por la opinión del presidente de un país democrático como España.
Llegados a este punto, Don Juan Carlos, en una reacción a la que nos tiene poco acostumbrados, le espetó a Chávez el consabido "¿Por qué no te callas?". Se trató de tan sólo cinco segundos, quizás menos, pero tiempo suficiente para transportar un simbolismo que ha calado hondo entre muchos españoles. Todo ello porque fue más que una simple pregunta, fue casi un exabrupto fruto de un impulso humano y sentimental, y lo más importante de todo, dicho por el Rey, el modelo de protocolo y saber estar para muchos.
En cualquier otra situación o con cualquier otro destinatario, esta "salida de tono" de nuestro monarca hubiera sido ampliamente criticada. Pero dicha a Hugo Chávez, diría que ha sido hasta aplaudida. Y así ha sido porque el Rey le espetó una frase que a muchos de nosotros nos hubiera encantado poder decirle en ese momento a este individuo, ya que, ¿a quién no le indigna la típica mosca cojonera que siempre está comentando algo por debajo cuando los demás hablan? Pues bien, Don Juan Carlos estaba allí para ponerle en su sitio, y encima, hacerlo de una manera de lo más natural y coloquial. Había nacido una nueva frase de moda y con ella se consolidaba la imagen de una Monarquía en situación inestable.
El resultado de esta polémica sigue teniendo repercusiones a día de hoy, en especial por un Hugo Chávez que ha llegado a afirmar que el "Rey tuvo suerte de que no lo escuchara" decirle eso, o que está esperando unas disculpas por su parte. Es curioso, pero la víctima de todo resulta ahora que ha sido él, y que el maleducado ha sido Don Juan Carlos. Pero bueno, estas consecuencias tiene el quererse mucho a uno mismo.
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