Una de las grandes preguntas que el ser humano se ha hecho a lo largo de la historia es si realmente se encuentra solo en el universo. La realidad es que se trata de una cuestión muy peliaguda, porque no estamos preparados para asumir su respuesta, tanto si es en un sentido o si es en otro. Y es que la posibilidad de no ser el centro del universo, su ombligo cósmico, el ojito derecho del dios de las religiones monoteístas o el de los dioses de las politeístas, se hace difícilmente asumible para unos seres que han demostrado a lo largo de la historia su egocentrismo y vanidad.
Por su parte, la posibilidad opuesta, aquella que nos llevaría a encontrarnos en la soledad cual naúfragos en una isla desierta, es quizás demasiado cruel para ser aceptada. En el caso utópico de que se confirmase (la califico así ante la imposibilidad de rastrear cada rincón del universo) nos dejaría ante una tesitura bastante terrible: ser el único planeta habitado entre un número ingente de mundos inhóspitos, no tener vecinos a los que pedirles un poquito de sal cuando ésta escasee en casa. Estar solos, en definitiva. Y aunque en este caso estemos hablando de vecinos verdes y con antenitas, a nadie le gusta estar solo; y menos en un barrio tan grande.
Dos respuestas posibles por tanto a la pregunta, y dos respuestas problemáticas. En esta situación, parece evidente que lo mejor es quedarse como estamos, en el más puro desconocimiento. Sin embargo, se trata de una cuestión que entra en conflicto con las clásicas del "¿quiénes somos?" y de "¿dónde venimos?", por lo que la naturaleza curiosa del ser humano nunca va a dejar de planteársela hasta que sacie su interés. Nos encontramos, por tanto, ante el gigantesco puzzle de la existencia, y si queremos resolverlo, necesitamos imperiosamente esa fichita que nos facilite las cosas.
Mi opinión es que la contestación a tan interesante cuestión es evidente, muy evidente; aunque carezca de elementos empíricos para confirmarla. El ser humano no puede plantearse la vida en el planeta Tierra como la única presente en un universo que se calcula que tiene 20.000 trillones de estrellas, unas 100.000 galaxias y un tamaño de unos 15.000 millones de años luz. Hacerlo sería desafiar las leyes de la lógica y de la estadística, sería una necedad propia de quien se cree un milagro surgido dentro de un lugar dónde no se precisa de éstos.
A principios de los años 60 algunos científicos se empezaron a plantear seriamente estas cuestiones, de manera que crearon el programa de búsqueda de inteligencia extraterrestre SETI y formularon algunas de las teorías sobre la cuestión. Entre ellas se encuentra la famosa ecuación de Drake, la cual viene a calcular el número de civilizaciones extraterrestres posibles en base a unos parámetros como el número de planetas adecuados para la vida o el porcentaje de los mismos que desarrollarían la vida. Los resultados si se calcula en relación a nuestra Vía Láctea son esclarecedores: 10.000 civilizaciones. Y eso sólo en nuestro barrio...
Unas cifras, que a pesar de hablar por sí solas, no garantizan unos buenos resultados en programas como el SETI. De hecho, hasta el momento la única constancia de una señal diferente recibida en un radio telescopio es la conocida por Señal WOW, captada en 1977 y que a día de hoy continúa sin tener una explicación coherente. Extraña por tanto, pero a todas luces insuficiente para unos datos tan demoledores como los anteriores.
La realidad es que estas más de cinco décadas de investigación infructuosa respecto al tema sirven a día de hoy como justificación a todos aquellos que se posicionan contrarios a la hipótesis de existencia de vida extraterrestre. De hecho es curioso que ahora, en pleno siglo XXI (era de los móviles, las fotografías y los vídeos), el fenómeno OVNI esté en decadencia, cuando en realidad debería ser su momento de mayor relevancia. A día de hoy, seguimos sin ninguna prueba fehaciente de ello, lo que es, como poco, extraño.
Quizás la explicación esté en que no estamos sabiendo buscar de la manera adecuada. No podemos olvidar que somos una raza joven, de apenas dos millones de años y muy poco evolucionados, a pesar de lo que pueda parecer. Durante los últimos cincuenta años ha sido cuando hemos comenzado a dar pasos de gigante, cuando hemos empezado a conocernos a nosotros mismos y a ser conscientes de nuestras propias posibilidades. Ahora es momento de empezar a mirar fuera de las ventanas de nuestra casa, pero para ello no podemos hacerlo esperando encontrarnos lo que queremos ver, porque la realidad probablemente sea muy diferente a lo que creíamos.
Sería momento, por tanto, de dejar atrás la egolatría y de plantearnos la posibilidad de que, como se decía en la famosa serie, la verdad esté ahí fuera. Una verdad desconocida y que quizás sea muy distinta a lo que esperamos descubrir, pero que nos está esperando, y con ella, el comienzo de la solución al puzzle de la vida.
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