Queda bastante tiempo, de hecho aún no es oficial la fecha. Sin embargo, se perciben momentos importantes para el panorama político español. Se acerca el 2008, y con él, un año clave en el futuro del país. Será la ocasión para que el pueblo decida qué quiere hacer con su futuro, en la que dicte sentencia sobre estos cuatro años caracterizados por un giro radical a la política desarrollada anteriormente. Y es que ahora se cumplen tres años y medio desde que los españoles eligieron cambio, desde que optaron por romper con el pasado que en ese marzo de 2004 pareció querer rendir cuentas.
Tanto tiempo después nos encontramos con un panorama político lleno de dudas: ETA, Catalunya, Navarra, política exterior, problemas internos en el PSOE, desencuentros con el PP… Tras más de un trienio muchas de las piezas del rompecabezas no encajan, y Zapatero necesita más tiempo; bien para encontrar la solución a tan complejo problema que se ha planteado en varios frentes, bien para terminar de llevarlo al caos total. Por eso, el presidente empieza a plantearse la necesidad de conseguir cuatro años más de confianza, de una prórroga que le permita desarrollar una tarea hercúlea que hasta el momento no induce motivos para el optimismo.
Zapatero comienza a no sentirse tan respaldado como querría. Las dudas empiezan a asaltarlo y los escasos resultados obtenidos en algunas de sus principales apuestas (como en política antiterrorista y nacionalismos) no ayudan. Si a ello se le añaden unas elecciones autonómicas y municipales en las que el vencedor moral fue el partido de la oposición, el resultado es un presidente preocupado y más pendiente de su estabilidad futura que de los problemas actuales del país.
Por eso, el líder del Gobierno decidió remodelar repentinamente cuatro de sus carteras en pleno mes de julio, cuando sólo faltaban ocho meses para las elecciones generales. Un cambio que el propio Zapatero justificó con la intención de “preparar los cambios para la próxima legislatura”, en una acción producto más de las dudas que de la confianza. Sólo así se puede explicar la asignación de cuatro nuevos ministros con la provisionalidad que proporcionan los 240 días de legislatura restantes y aún a costa de políticas como la de la paridad en el Ejecutivo, otrora esgrimida con orgullo.
Con su decisión, el presidente quería transmitir una sensación de confianza en la estabilidad de su proyecto a largo plazo, seguridad en que los nuevos ministros continuarán ocupando las carteras del país en la próxima legislatura. Pero la sensación que dejó fue otra, la de empezar a jugar con unas elecciones que aún no debían centrar la atención del panorama político. Zapatero empezaba a mirar más al futuro que al día presente, y cada vez lo hacía de manera más clara, de manera más populista.
De esta manera, de la mano de un remodelado gabinete, vinieron poco después la mayoría de las decisiones estrella del Gobierno durante su legislatura. Aunque es evidente que estos más de tres años han sido un período de grandes reformas sociales, algunas de las más importantes han comenzado a acumularse sospechosamente en los meses previos a la campaña electoral. Así, en julio de este año se anunciaban los cheques-bebé; mientras que en este mes de septiembre el Gobierno confirmaba que todos los niños entre 7 y 15 años tendrán dentista gratis, oferta que se a une a las recientes ayudas para el alquiler de viviendas por parte de los jóvenes.
Decisiones, que curiosamente, cuentan con el apoyo de dos de los nuevos ministros, Bernat Soria (ministro de Sanidad) y Carmen Chacón (ministra de Vivienda) y que han generado críticas incluso en el propio Ejecutivo. Prueba de ello es que, el ministro de Economía, Pedro Solbes, ha sido el primero en mostrar sus dudas sobre la viabilidad de planes como el de salud bucodental. Un pesimismo que parece contrastar con la opinión de Zapatero, según el cual España juega en la Champions League de las economías mundiales. Sin embargo, la frase no es más que un intento de justificar los sorprendentes dispendios económicos en los que se ha embarcado nuestro presidente.
Se trata, pues, de un optimismo infundado, ya que a Solbes no le salen las cuentas. Al ministro de Economía se le presenta un problema de difícil solución, que es conseguir que las arcas del Estado no se vean seriamente afectadas por decisiones con objetivos tan electoralistas. Lo tendrá difícil, porque el propio Zapatero no deja de añadirle incógnitas a la ecuación (como su reciente compromiso para invertir más dinero en Catalunya y Andalucía) y porque aún quedan cerca de cinco meses de precampaña. Un tiempo más que suficiente para recuperar el terreno perdido durante la legislatura, sobretodo si se tiene al dinero como aliado. Las consecuencias, entre las que se encuentra un futuro hipotecado, vendrán después. Es la política del pan para hoy, pero del hambre para mañana.
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