Lo ha vuelto a hacer. Nolan ha vuelto a dejar una película para el recuerdo, de ésas que no dejan indiferente a nadie y que trascienden la butaca del cine. Con apenas 40 años, el director británico sale a obra magna por película, pues tiene cinco de sus siete largometrajes en el Top100 de la historia del cine según ImdB (Memento, The Prestige, las dos de Batman y, ahora, Origen). Excepcional bagaje que demuestra que lo suyo no es coincidencia, que nos encontramos ante el director llamado a moldear el séptimo arte en este siglo XXI.
Y Origen es una prueba más de ello, porque se trata de una película de poso pronfundo, de reflexión eterna. Pasarán los años y los espectadores de todo el mundo seguirán sacándole nuevas interpretaciones al film, pues nos encontramos ante una cinta que en cada una de sus escenas nos añade una pieza más a un puzzle que, a pesar de su inmesa complejidad, es perfectamente comprensible por cualquiera que se siente delante de la pantalla de proyección.
La cinta comienza fuerte, muy fuerte. Desde el principio, el director nos sumerge en el sistema de sueños de Origen, creando de esta manera una gran confusión. Pero a la vez, nos hace la mejor descripción posible del mismo, ejemplificando con la acción de los personajes su funcionamiento. Surgen así multitud de interrogantes en el principio que sólo la habitual maestría narrativa de Nolan nos permite ir encajando según van pasando los minutos.
De esta manera, el espectador conoce las reglas del juego una vez que llega el momento clave de la película, pero éstas tienen tantas caras y son tan ambivalentes que Origen se acaba por convertir en un gigantesco árbol repleto de ramificaciones. Es ahí donde este film recuerda a Blade Runner, pues al igual que la obra maestra de Rydley Scoot, la historia tiene varias interpretaciones posibles. Hoy, 30 años después de su estreno, la película de los replicantes sigue sin tener un sentido pleno, convirtiéndose, por tanto, en una historia nueva tras cada visionado.
Sin embargo, Origen no alcanza el estatud de obra maestra como Blade Runner. No, al menos bajo mi juicio. La diferencia es que, mientras que en el caso de la historia de Rick Deckard lo que se representa en la pantalla no es más que la punta del iceberg de todas las connotaciones que tiene la cinta; en el caso de la ahora estrenada, la exposición de los elementos es apabullante. Es decir, mientras Blade Runner pinta con pincel, Origen lo hace con brocha gorda; dando lugar a dos grandes cuadros, pero uno con mejores trazos que el otro. Sólo así se explica que la primera cambiara la historia de la Ciencia Ficción en el celuloide.
Aun así, la película de Nolan ha hecho méritos para convertirse en un refente de cara al futuro. Debería cundir su ejemplo dentro de Hollywood, pues él es la demostración de que el cine de Hollywood no tiene porqué estar reñido con el de autor. Bien es cierto que el director siempre juega con temas susceptibles de manipular la realidad (superhéroes, magia, la memoria, los sueños), pero hasta el momento, siempre ha conseguido sorprender con sus creaciones.
Sólo el tiempo medirá en toda su magnitud a esta obra. Por ahora, su éxito de taquilla está siendo más que evidente y las críticas están siendo notables. Algo lógico por otra parte, porque en pleno verano de refritos comerciales (Karate Kid, El Equipo A, Predators), esta película supone un soplo de aire fresco que invita a la reflexión. Y posiblemente, a una reflexión sin solución. Por eso, en este caso, la 'peonza' de Origen seguirá girando eternamente.
PUNTUACIÓN: 10/10
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