jueves, 28 de abril de 2011

Esto no se ha acabado

Lo admito, el titular que presenta estas palabras puede parecer demasiado optimista. Pero no hay otro camino. La alternativa a ello es que a 28 de abril los jugadores madridistas empiecen a hacer sus maletas pensando en el inminente verano. Algo que, por supuesto, no se contempla. Porque en esta situación, cualquier otro equipo estaría en su derecho de arrojar la toalla y bajar la cabeza. Pero el Real Madrid no. Por honor, por historia y por este deporte, el cual se ha visto tristemente ensuciado por lo ocurrido el miércoles en el Santiago Bernabéu.

En los últimos años, el Barcelona ha ganado en varias ocasiones en el Bernabéu de manera admirable. Desde el 2-6 de hace unas temporadas pasando por el 0-2 del año pasado. Pero su triunfo en la Liga de Campeones no merece clasificarse dentro de este grupo de partidos. Porque esta vez los culés salieron con una sonrisa del campo del eterno rival, pero lo hicieron con la conciencia enturbiada. Porque, lejos de exhibir el fútbol que ha enamorado a todo el mundo de hace tres años hasta unos meses atrás, los de Pep Guardiola representaron una obra de teatro donde su ineficacia futbolística fue la protagonista.

El partido fue malo, muy malo. Se podría decir que el choque se convirtió en la antítesis de lo vivido el miércoles anterior en la final de la Copa del Rey. Es más, sus similitudes con el encuentro liguero del Bernabéu fueron patentes: un Madrid replegado atrás y sin ambición que esperaba en su campo al Barcelona, el cual no sabía qué hacer con la pelota. Un par de tiros lejanos y una ocasión de Xavi fue todo el botín culé en la primera parte. Mientras tanto, los de Mourinho dejaban pasar plácidamente el crono pensando en que el empate a cero sabía a gloria para la vuelta.


Sin embargo, el Real Madrid dio síntomas de mejoría en la segunda parte. El partido había llegado al punto que quería el equipo. Empate sin goles tras el descanso y el Barça en un estado de somnolencia. Di María empezaba a aparecer por su banda, mientras que Cristiano veía más espacios para aprovechas su velocidad. Hasta que Stark, el árbitro que piropea a Messi, tomó la decisión que cambió la historia por completo. El alemán es un colegiado peligroso, de los que no pitan lo que ven, sino que señalan lo que piensan. En octavos de Liga de Campeones ya le vimos venir cuando no indicó un claro penalti por mano en área del Olympique de Lyon y este miércoles confirmó las sospechas.

Bien es cierto que Pepe debe asumir su parte de culpa. El portugués sigue metiéndose en líos y es incapaz de templar sus ánimos. Bajo el contexto de este partido, nunca debió insinuar su expulsión. Pero el centrocampista quiso marcar territorio, algo muy propio de él, y levantó demasiado su pierna. Así que Alves solo tuvo que hacer lo que mejor sabe, por encima de sus grandes dotes futbolísticas: revolcarse en el césped y acabar en camilla. Pepe no le había ni tocado, como ha podido comprobarse después.

Pero Stark y su asistente ya tenían su cebo y picaron rápidamente ante la agobiante presión psicológica a los que les sometieron en todo momento los jugadores culés. Una jugada aparatosa en apariencia se convirtió en el mayor de los engaños para acabar con el partido. Porque aunque el Madrid pudo sobrevivir en el choque liguero sin Albiol, esta vez el jugador que perdía era Pepe. O lo que es lo mismo, la argamasa que venía manteniendo el entramado defensivo de Mourinho en los ‘Clásicos’. Sin el luso el equipo no tenía presencia táctica en el centro del campo y Messi podía campear con total libertad.

Luego le llegarían los piropos al argentino, justos en gran medida. Lo suyo no es de este mundo. Él solito fue capaz de dar color al triste Barcelona de anoche y, por qué no decirlo, falsear la impresión general que dio el partido. Un par de fogonazos suyos tras la libertad que le dio la ausencia de Pepe bastaron para que ahora las portadas de la prensa hablen de las excelencias culés. Pero la realidad es que los azulgrana realizaron una primera hora de partido para olvidar, indigna del que muchos consideran mejor equipo de la historia. Su “tiqui-taca” se ha convertido en “risqui-rasca”. Este no es el Barça que he llegado a admirar, es un conjunto decadente que en su desesperación optó por las triquiñuelas como herramienta de juego.

Por ello, creo que el Madrid no debe darse por vencido. La desventaja es muy clara, sí. Pero quedan 90 minutos por delante y enfrente estará el peor Barcelona de los últimos tres años. Un conjunto perfectamente superable, con fisuras patentes y visos de crisis de identidad. El resultado y las bajas de Pepe y Ramos en defensa obligarán a cambiar de idea y a utilizar a un delantero centro en el Camp Nou. Así que en Barcelona no quedará otra que atacar. Será un todo o nada en el que, tras lo de este miércoles, el Madrid tiene ya poco que perder y mucho que ganar. Esa será la gran baza merengue y, por qué no, la primera oportunidad de este equipo de saldar la deuda moral que la Champions ha contraído con él.

domingo, 24 de abril de 2011

El mito contra las cuerdas

Inmediatamente después de recibir el impacto del gancho de derecha de Rocky Marciano, Joseph Louis Barrows (Alabama, EE.UU; 1914) se precipitó al suelo del cuadrilátero. No tardó en verse rodeado por las caras de preocupación de su entrenador y sus ayudantes. Con dificultades, logró atisbar sus miradas y algo se removió en su interior. En un solo instante se dio cuenta de que todo había acabado para él, de que esta vez no habría una nueva oportunidad. Mientras tanto, su rival se retiraba a su esquina entre lágrimas. Sí, el joven y prometedor Rocky Marciano había ganado a Joe Louis, pero también había noqueado al ídolo de su niñez. En ese momento, presa de la tristeza, este italo-americano no podía saber que su victoria sobre su mito infantil suponía, a su vez, el nacimiento de su leyenda invicta.

Atrás quedaba la trayectoria del llamado Bombardero de Detroit. 71 peleas en total como profesional, con 68 victorias (54 por K.O) y tres derrotas. Más de once años como campeón del mundo de los pesos pesados y 25 defensas del título. Nadie dio ni ha dado más hasta ahora. Pero son solo números, estadísticas que, a pesar de su grandilocuencia, no hacen honor a un boxeador que fue mucho más que el mejor de su tiempo. Alguien capaz de abanderar las ilusiones y esperanzas de una raza primero y de todo una nación después. Un verdadero ganador en el ring que, sin embargo, acabó recibiendo sus golpes más duros de la vida misma.

Tras una niñez muy complicada, el joven Joe comenzó a entrenarse en el boxeo en Detroit por recomendación de un amigo. De hecho, sus inicios no hacían presagiar la gran figura que sería posteriormente, pues en su primer combate amateur fue humillado por su rival. “Mi primera pelea la perdí por una enorme paliza, pero en vez de desilusionarme, me dio fuerzas para seguir” comentaría Louis años después. De esta forma, con mucha tenacidad y grandes dotes para el deporte, este joven negro comenzó a desafiar los prejuicios norteamericanos de la época hasta convertirse en profesional en 1934.

Poco a poco y con paciencia, Joe Louis logró que sus 15 combates posteriores tuvieran como resultado la victoria. Con 22 años, el púgil empezaba a vislumbrar una carrera meteórica, imparable. Parte del trabajo ya estaba hecho y únicamente quedaba confirmarlo con un par de triunfos de prestigio. El primero debía ser ante Max Schmeling, el alemán campeón del mundo entre 1930 y 1932. Modelo y orgullo del emergente nazismo y perro viejo en el mundo del boxeo. Louis pensaba que sería una victoria fácil. Pero, pecado de juventud, el norteamericano se confió y dejó que el germano le analizara incansablemente hasta dar con su gran punto débil.

Un simple fallo. En apariencia. Cada vez que Louis lanzaba su derecha, bajaba la guardia con la izquierda. Schmeling lo asimiló a conciencia y acabó con su rival en doce asaltos. Por primera vez, el Bombardero de Detroit besaba la lona. Desde entonces, ganar al alemán se convirtió en la obsesión de Joe. Tanto que, una vez recuperado de la derrota y como nuevo campeón del mundo tras superar en junio de 1937 a James Bradock, Joe Louis afirmó que “no diré que soy campeón del mundo hasta derrotar a Schmeling”.

De esta forma había nacido, a la vez, una bonita y eterna rivalidad. Dos modelos. Nazismo contra democracia capitalista. Alemania contra EE.UU. Raza blanca (aria) contra raza negra. Por ello, Hitler se empeñó en utilizar a Schmeling como ejemplo de su régimen. Pero la realidad es que el púgil no comulgaba con el dictador y años después, en plena Guerra Mundial, no pondría reparos en jugarse la vida por salvar de la muerte a dos niños judíos. Mientras tanto, el actual campeón del mundo era visto, en palabras del presidente Roosevelt, como “los músculos necesarios para derrotar a Alemania”. En definitiva, dos instrumentos políticos para una fecha, el 22 de junio de 1938. El día en que los dos se volverían a encontrar y el combate que Louis tenía marcado en rojo en su calendario.

Schmeling - Louis, Louis - Schmeling: una rivalidad para la historia del deporte.
Esta vez no hubo sorpresas, ni color. Las bombas de Joe Louis cayeron sobre el alemán desde un principio. Schmeling solo pudo aguantar sobre el ring poco más de dos minutos, en los que le dio tiempo a besar la lona en varias ocasiones. De ahí, a pasar diez semanas en el hospital por las lesiones siguientes. El norteamericano lo había conseguido, había recuperado su honor y había aupado a su país a la victoria moral sobre el nazismo alemán. Mientras tanto, el boxeador teutón pasaba a ser despreciado por su pueblo y era obligado a combatir en la Segunda Guerra Mundial. Pero el destino aún debía ser caprichoso con los dos.

El triunfo ante Schmeling acabó por catapultar al estrellato a Joe Louis, quien se convirtió en el campeón del mundo de los pesos pesados durante los siguientes once años. Grandes rivales como Jack Sharkey, Tony Galento, Arturo Godoy o Jersey Joe Walcott sucumbirían bajo sus puños en este tiempo, hasta que decidió retirarse de la práctica del boxeo en 1949. Sin embargo, poco le duró la tranquilidad, pues el fisco estadounidense le acusó de irregularidades y le reclamó una cifra que sólo podía pagar desempolvando sus guantes.

Así, en 1950 volvió a los cuadriláteros. Pero ya no era el mismo, estaba muy lejos de tener la frescura de antaño. Combatió abandonado por la ilusión y lastrado por la edad, de manera que se encontró con la consecuencia lógica. Dos derrotas, la primera ante su sucesor como campeón del mundo, Ezzard Charles. Y la segunda, en 1951, frente al imbatible Rocky Marciano. Esta última sería su fin, la demostración de que nunca debió volver y de que, en la vida, la gloria es efímera y suele ir aparejada a la juventud. Joe Louis se retiraba de manera definitiva, pero empezaba en este momento su lucha con la vida.

Su existencia había estado ligada al boxeo y, al perderlo, se quedó sin nada. Cinco matrimonios después y agobiado por las deudas, Louis lo intentó todo. Pasó por la lucha libre e intentó hacer fortuna trabajando como relaciones públicas para un casino de Las Vegas. Fracasos. Cuando la enfermedad le alcanzó, en 1969, solo quedaba de él la sombra de quien fue .Pero a pesar de todo, su estela como leyenda del deporte aún perduraba y le permitió que la sociedad norteamericana, que lo había visto como un ídolo, lo ayudara de diversas maneras, ejemplificándose en un multitudinario concierto de los Jackson 5 en 1970 para recaudar dinero.

Sin embargo, su mayor apoyo fue Max Schmeling. Sí, aquél con el que se partió la cara en dos combates inolvidables. Su encarnizado rival, el orgullo del enemigo, la (para muchos) ‘deleznable’ cara del deporte nazi. El alemán, convertido en un rico y próspero ejecutivo de la empresa Coca-Cola, dio una lección de humanidad y no se olvidó de él en sus últimos días (1981), costeándole las medicinas y el tratamiento médico para frenar la enfermedad que le había postrado en una silla de ruedas. Paradójicamente, el tiempo había invertido sus destinos y Schmeling pudo demostrar, cuarenta años después, que en aquellos dos combates no lucharon dos países enemigos o dos razas. Solo lo habían hecho dos amigos unidos por el deporte.


jueves, 21 de abril de 2011

Todo nervio y corazón

Y Mourinho lo hizo. Nueve meses después de fichar por el Real Madrid, el técnico luso convirtió la utopía en realidad. El conjunto blanco ganó este miércoles su primer título después de casi tres años de sequía y lo hizo dando un recital de juego, su fútbol, ante el equipo por todos considerado como mejor del mundo. Solo un puñado de equipos ha logrado poner en los últimos años a este Barcelona contra las cuerdas y, curiosamente, dos de ellos han sido dirigidos por 'The Special One'. 

Mucho se habló y se criticó al Madrid en los días recientes por su juego rácano y efectivo en el 'Clásico' liguero. Como si el camino del buen fútbol únicamente fuera uno, numerosos detractores del técnico portugués pusieron al Real Madrid a los pies de los caballos por ser inteligente. Por plantearle al Barcelona un partido correoso, incómodo, de trincheras, en el que los jugadores debían de pringarse de barro para salir victoriosos de la contienda. El "antifútbol" lo llamaron algunos. Pero su único pecado era no hacer ejercicio de un juego abusivo de la pelota, de no prodigar el tiqui-taca. Algo que, por otra parte, el Madrid no hacía por gusto, sino porque no puede ni sabe.

Para jugar así hay que tener jugadores para ello. Y siendo claros, el Madrid tiene solo un puñado de futbolistas de estas características, a diferencia de los culés. Pero aglutinan algo que, a la larga, puede ser mucho más valioso. Deportistas con hambre de victorias, dispuestos a partirse el pecho por la camiseta que defienden, con coraje, con corazón. Características que, en definitiva, no entran por los ojos, pero también ganan títulos en el fútbol y pueden doblegar justamente al Barcelona de Guardiola. Porque no hay nadie invencible y menos si está enfrente el Real Madrid.




El partido desarrollado por todos y cada uno de los jugadores este miércoles fue encomiable. Entre todos, cabe destacar especialmente a Di María. El argentino se ha convertido en un jugador barato aún bajo su, inicialmente, desorbitado precio. A pesar de su constitución física aparentemente frágil, el extremo dio todo un recital de entrega que anuló a Alves y culminó con la asistencia del gol de Cristiano. Pero sería injusto señalar únicamente al albiceleste. Gente como Khedira, Casillas, Cristiano, Carvalho o Alonso dieron un recital de fútbol. Del de corazón. De madridismo.

Así pues, la consecución de la Copa en Mestalla evidencia que este equipo tiene raíces. Hay plantilla, ha entrenador, hay actitud. Y lo mejor de todo: se ha vuelto a creer. Porque solo han pasado cinco meses desde ese 5-0 en el Camp Nou y el madridismo lo ha digerido de una manera encomiable y ahora, en abril, se ha tomado cumplida venganza a su manera. En apenas 150 días el Real Madrid se ha levantado del golpe y ha equilibrado una balanza desnivelada brutalmente desde hace mucho tiempo. Ahora ya pocos dudan de que este equipo está al nivel del Barça y de que la eliminatoria de Champions estará al 50%.

De todas formas, pase lo que pase, la temporada ya está satisfecha, pues Cibeles ha vuelto a recibir a su gente tras años de soledad. Lo que hasta el pasado 20 de abril era una caída sin red, se ha convertido en un salto al vacío con paracaídas. Aún queda la prueba más importante del año, sí, la que volverá a desnivelar la balanza entre los dos mejores equipos del mundo. Pero se desarrollará con un Real Madrid renovado y crecido en su competición, en su terreno. Habrá muchísimo en juego, pero por fin se afrontará con la estabilidad que se llevaba buscando sin fortuna durante una década y que se ha encontrado con José Mourinho al frente.

martes, 19 de abril de 2011

El indomable Jose Mourinho

Dicen los que le conocen bien que Mourinho es una persona que gana en las distancias cortas. Que cuesta reconocer al Jose mediático con el familiar. Dibujan a una persona, en definitiva, que está lejos de la imagen que muchos se hacen de él y que se utiliza para criticarle, día sí, día también, en base a sus comparecencias públicas. Sin embargo, de lo que pocos se dan cuenta es que una de las filosofías básicas de 'The Special One' es la que propugna el "Que se hable de mí, aunque sea mal".

El portugués es un genio. Y como tal, es incorregible. O se le ama, o se le odia. Poco más de diez años como primer técnico a nivel profesional le han servido para convertirse en el mejor entrenador del mundo. 18 títulos en una década que evidencian que, jugando mejor o peor, los resultados son cosa de Jose Mourinho. El problema (para algunos), es que este hombre no deja el espectáculo a cargo de sus jugadores y también acostumbra a darlo él. El ex técnico del Inter tiene claro que los partidos comienzan con la rueda de prensa previa y acaban con la comparecencia ante los medios de después. Y eso es algo que cuesta de asimilar en la cultura futbolística española.

En su caso, todo vale para llamar la atención y convertirse en el protagonista. Que si una hoja con los fallos del árbitro en el partido de hoy, que si una acusación a los que elaboran el calendario, que si esta vez no habla porque no quiere caldear más el ambiente. Cualquier tema polémico es la perfecta coartada para atraer los focos de atención, pues, cual pescador, tira la caña y espera a que los peces piquen. Y estos, los medios de comunicación, caen una y otra vez en su propuesta. Mourinho marca la agenda setting de la prensa deportiva dedicada al fútbol y lo hace con una sutileza de corte grotesco, casi sin que los periodistas se den cuenta de lo que realmente ocurre.

Algunos le acusan de no seguir el modelo tradicionalmente madridista de señorío. El problema es que Jose Mourinho es único e ingobernable y no está dispuesto a dejarse marcar un camino. Ya lo dijo el portugués en una entrevista el pasado mes de marzo: "Conmigo, Florentino ya sabía a quien fichaba". Lo que es sinónimo de "o me quieres como soy, o me voy". Por eso, el presidente del Madrid acepta al técnico tal y como es y le apoya contra viento y marea. ¿Que Mourinho no se lleva bien con Valdano? Valdano pasa a otro estamento del club. ¿Que el técnico quiere otro delantero? Viene Adebayor. Y es que, por primera vez en muchos años, en el Real Madrid manda el entrenador, no el presidente.

Este club necesita imperiosamente títulos. Y Mourinho, sin asegurarlos, permite luchar hasta el final por ellos. El luso es una de las últimas balas de este equipo, el cual lo ha intentado prácticamente todo y más por recuperar el trono europeo que abandonó en el 2002. El Real Madrid estaba huérfano de un líder y lo ha encontrado con el de Setúbal, una especie única en su género que, a pesar de su irreverencia mediática, se ha ganado a la afición. El madridismo está con Jose, aunque él mismo tome decisiones poco populistas, como no comparecer ante la prensa antes del 'Clasico'. Lo que haga Mou, bien hecho estará, porque por algo es el mejor en lo suyo.

En consecuencia, los tiempos han cambiado para la afición del mejor club del 'Siglo XX'. Ahora lo principal es ganar títulos, no jugar bien o tener un entrenador caballeroso y moderado en sus comparecencias. En otras palabras, los merengues quieren volver a acordarse de cómo competir y de cómo estar a la altura de lo que es el fútbol hoy en día. Precisamente, cuestiones de las que el Real Madrid ha adolecido en los últimos siete años y que Mourinho ha respondido para sacar al equipo adelante.

El problema es que a algunos, prensa y rivales, se le está indigestando tanto picante futbolístico, lo cual está creando una atmósfera negativa en torno al entrenador portugués. Circunstancia que le está incomodando a la hora de desarrollar su trabajo en el club y que, según algunos rumores, podría estar haciéndole pensarse su continuidad en el Madrid. Quizás todo depende de lo que ocurra en los próximos 40 días, cuando se decida el destino del equipo en Copa y en Champions. Pero lo que parece claro es que Mourinho no es de los que se van por la puerta de atrás. 'The Special One' no puede permitirse un borrón en su inmaculado currículum y el hará todo lo posible para que el Madrid no acabe por serlo. Vino para sacar al club de uno de sus principales baches históricos y, si le dejan, se irá con el trabajo cumplido. Seguro.

lunes, 11 de abril de 2011

Un equipo con sello propio



En pleno mes de abril, a punto de terminar la temporada, me sorprende que todavía algunos críticos se empeñen en decir que este Real Madrid de Mourinho no juega bien al fútbol. Evidentemente, el conjunto blanco no juega a este deporte como el Barcelona, pues su estilo no es el de manosear la pelota hasta el infinito para aburrir al rival con su monopolio del esférico. No. El estilo de Mourinho es muy distinto, antagónico incluso, pero no por ello peor o más alejado de un patrón futbolístico de lo idóneo.
 
Considero que jugar bien a este deporte se puede hacer de muchas maneras. Una son más estéticas, tal y como hace el Barcelona de Pep Guardiola. Al espectador le gusta el fútbol alegre, de toque y combinación, por eso el club blaugrana y la selección española son los grandes referentes a nivel social en el deporte ‘Rey’. Pero también hay otras formas, no tan bellas, pero quizás tan loables e intersantes como la apuesta culé. De hecho, el Real Madrid ya ha escogido la suya, y, a juzgar por lo visto ante el el Athletic, la sabe ejecutar muy bien.

El equipo merengue es un conjunto que tiene en la velocidad y la verticalidad de sus jugadores su mejor arma. A diferencia del Barça, es un equipo directo que no se anda en artificios para llegar a la portería contraria. Lo que la escuadra catalana tarde 15 pases en hacer, el Madrid intenta ejecutarlo en cuatro. Robo en su propio campo, unos pocas combinaciones rápidas en el centro del campo y balón en profundidad para que un hombre en velocidad rompa en un desmarque la defensa rival. Así llegaron el sábado pasado el primer penalti a Di María y el gol de Cristiano Ronaldo; si bien podemos ponerle decenas de ejemplos más esta campaña.

¿Es mejor o peor esta manera de jugar que la que practica el Barcelona? Para el aficionado, seguramente sea menos atractiva. Es lógico. Pero tiene también mucho mérito, porque de lo que se trata es de tener un estilo y de saber ejecutarlo a la perfección. Italia no ha ganado cuatro Mundiales sin saber jugar a esto. Lo que pasa es que, en la mayoría de los casos, lo ha hecho desarrollando a la perfección un estilo tosco y defensivo llamado a obtener resultados por encima del buen fútbol en el plano estético.

Por ello, la clave es saber lo que se hace, cómo se hace y por qué se hace. Y estos son tres conceptos que el Real Madrid de Mourinho está demostrando tener muy claros. A diferencia de los últimos siete años, desde que Del Bosque dejara el club, el conjunto merengue está dando síntomas de tener claro cómo jugar. En este tiempo pasaron por el banquillo muchos que supuestamente querían apostar por el buen juego (Juande Ramos, Schuster o Pelligrini), pero ninguno de ellos le dio personalidad a este Madrid. Ninguno, hasta Mourinho.

En unos pocos meses el portugués  ha armado un equipo sólido en defensa y letal en ataque. Como una cobra que se agazapa en su terreno, el Madrid en cualquier momento puede soltar su mordedura venenosa y acabar con su rival. Estilo, que por otra parte, puede ser el idóneo para medirse este abril con el Barcelona. Buena defensa, presión, pocos espacios y contragolpe con verticalidad y velocidad, mucha velocidad. Así le ‘mató’ el Inter de Mourinho en semifinales de Champions la temporada pasada y así debe jugarle este año el Madrid. Con su sello propio que le viene caracterizando. Porque querer hacerlo batallándole la posesión de la pelota a los de Guardiola sería un suicidio y sería traicionar el estilo para el que este equipo está hecho.

miércoles, 6 de abril de 2011

El Real Madrid está de vuelta


Debo admitir que, tras la derrota ante el Sporting de Gijón, por momentos cundió el desánimo en mí. La manera de empezar el trascendental mes de abril no había sido la mejor, pues desde un inicio el Madrid se retiraba de la puja de la Liga. Circunstancia que obligaba a poner toda la carne en el asador por la Copa del Rey y la Champions, competición esta que es la que verdaderamente motiva al madridismo. Pero, tras ver el choque ante el Tottenham, he confirmado que mis dudas eran infundadas.

Y es que este martes, el Real Madrid volvió a estimularme como hacía tiempo que no lo hacía. El equipo que se vio anoche fue el que toda la afición añoraba, aquél capaz de eliminar al Borussia Dortmund gracias al 'punterazo' de Karembeu, superar al Manchester de United tras un mágico partido en Old Trafford o vencer al Barcelona gracias un gol para el recuerdo de Zidane. O lo que es lo mismo, el Madrid que hacía más de un lustro que no se veía por Chamartín.

Realmente no se qué le ha pasado a este club en los últimos seis años. Han sido seis campañas de eliminaciones europeas donde, en ningún momento, ha habido atisbo alguno de lo que el Real Madrid había sido en Europa. Un enorme complejo de inferioridad había invadido a sus jugadores, que, ronda tras ronda, caían una y otra vez de una manera impropia para la camiseta que defendían. Pero ha tenido que llegar Mourinho para cambiar la dinámica. Para recordarle a los futbolistas lo que significa jugar la Liga de Campeones siendo del Real Madrid.

El cambio de actitud de los jugadores fue patente este martes. Parece evidente que, desde el mismo comienzo de la campaña, la Liga pasó a un segundo plano para darle la importancia que merece a la competición más importante del mundo a nivel de clubs. Por eso, el Madrid que hemos visto en la competición doméstica ha sido siempre muy diferente del europeo. Siete victorias y dos empates en la Liga de Campeones exponen que este equipo va en serio y que, salvo catástrofe en Londres, está ya a sólo tres partidos de agarrar la 'orejona'.

Ante el Tottenham el Madrid demostró que sabe jugar con cabeza. Con la de Adebayor y con la de Xabi Alonso. El vasco dio todo un recital de lo que debe ser un centrocampista moderno: distribuyó juego con maestría para abrir la lata inglesa y defendió de una manera admirable. Su participación es básica en este equipo y bien haría el club en buscarle el próximo verano un suplente de garantías. Pero destacar sólo al internacional español no sería justo. Por fin, todo el equipo fue inteligente y supo abrir una defensa numantina, a base de utilizar las bandas. Algo que, ante el Sporting, no se había conseguido hacer.

Sin embargo, a muchos seguirá sin gustarles este juego. Evidentemente, no es el fútbol de toque del Barcelona. Pero es una manera diferente de ver este deporte. Fresco, veloz, con desborde  y de chispazos geniales; todo ello cimentado en una sólida defensa. En definitiva, un estilo, algo de lo que el Madrid adolecía desde la época galáctica. Porque jugar bien al fútbol se puede hacer de muchas maneras y este equipo ya ha escogido la suya y ha demostrado que puede y sabe hacerlo.

En el horizonte se atisban ya las semifinales, una ronda que, a mi modo de ver, será la verdadera final europea de este equipo. Y es que, si la lógica sigue su curso, será el Barcelona el que se ponga en el camino. Los blaugranas ya se midieron a Mourinho en esta fase de competición la pasada temporada y ya salieron derrotados, por lo que el portugués conoce la fórmula. De lo que pase en el hipotético choque ante los culés dependerá en gran medida el éxito merengue en la competición. Aunque, tras el encuentro ante el Tottenham, no hay de qué preocuparse, porque el Rey de Europa está de vuelta.

viernes, 1 de abril de 2011

Ocho años para un mes histórico

En el mundo del fútbol, el tiempo sólo se conjuga en presente. O al menos, en lo relativo al interés noticioso que despierta. Hoy, poco importa que equipos como el Villarreal o el Getafe fueran hace quince años clubes que penaban por las categorías inferiores del fútbol español, porque ahora son conjuntos punteros en una de las ligas más importantes del mundo. Así, sólo un puñado de equipos pueden vivir del peso de su camiseta, y uno de ellos es el Real Madrid. Una institución que, sorprendentemente, ha ganado sólo dos ligas (2007/07 y 2007/08) y una Supercopa (2008) en las últimas ocho temporadas, y que ahora se mantiene arriba gracias al crédito logrado por sus gestas durante los 100 años anteriores.
 

La historia de este club entró en uno de sus periodos más negros en el verano de 2003, cuando el Real Madrid galáctico de Figo, Roberto Carlos, Zidane, Beckham, Ronaldo, Raúl y compañía se empezó a descomponer por la salida de dos pilares básicos del madridismo: Fernando Hierro y Vicente del Bosque. Más allá de las razones internas de esta despedida, tanto el central como el técnico constituían una base fundamental de los éxitos recientes del equipo, entre los que se encontraba la Champions, la Supercopa de Europa y la Intercontinental de la temporada del centenario.

Pero todo fue acabar (y ganar) la Liga 2002/2003 para que la institución se viese cubierta por una época de tinieblas. Tres años después, Florentino Pérez se veía obligado a dimitir ante los pésimos resultados del equipo y el timón lo cogía Ramón CalderónEl palentino pudo reconducir medianamente la situación deportiva conquistando un par de Ligas y una Supercopa, pero su pésima gestión del club lo obligó a dimitir a principios de 2009. Boluda de por medio, Pérez se vio en la necesidad de volverse a presentar a la presidencia para recuperar los valores perdidos en su ausencia y con él, el madridismo volvió a atisbar algo de luz.

Año y medio después, tras una insatisfactoria experiencia con Pellegriniel Real Madrid de Mourinho (sí, probablemente el mejor técnico del mundo y también el más polémico) se encuentra a las puertas del mes de abril. No treinta días cualquiera, sino los treinta días llamados a cambiar el presente, y por tanto la historia reciente, de este club. El luso tiene al equipo a cinco puntos del Barcelona en la Liga pero con el clásico del Bernabéu pendiente, en la final de Copa del Rey ante el propio conjunto blaugrana y con los cuartos de final de la Champions frente al Tottenham a la vista. Lo que es sinónimo de la mejor situación a estas alturas de campaña desde hace once años. Casi nada.

Por ello, abril supone la oportunidad para cerrar este ciclo negro del madridismo. Es el momento de dar un golpe sobre la mesa y volver a recuperar el terreno perdido, iniciando una nueva época de éxitos nacionales e internacionales. De lo que suceda en estos 8 partidos (en el mejor de los casos) dependerá que el Real Madrid deje de conjugarse en pasado para convertirse realmente en presente. Para ello deberá superar a uno de los mejores equipos de la historia, el F.C. Barcelona de Guardiola. Pero como diría el lema publicitario, Impossible is nothing”. Y menos si se defiende la camiseta del mejor club del Siglo XX.